Hay románticos incurables que creen que el mundo puede cambiar por una canción. Tres o cuatro minutos, hechos con letra y acordes, que lo trastocan todo: las esperanzas, las promesas, los miedos e incluso la realidad. Es una visión extraordinariamente vitalista, creer que creaciones humanas hechas desde el sofá de una casa cualquiera pueden mover a otras personas a cambiar, a luchar por mejorar este mundo tan imperfecto.
En mi caso nunca podría ser una canción. Apenas sé disfrutarlas y apreciarlas. Esa tarea le debía corresponder a un libro. Y en el otoño de 2006 di con él. Lo descubrí en una pequeña columna de un suplemento cultural. Goran Petrovic y La mano de la Buena Fortuna me impactaron como nada lo ha hecho en mi vida, cambiando mi actitud, mis fantasías y aspiraciones. De nada me servía lo que pensaba hasta entonces, mis principios sufrieron una revolución completa. En cierta medida, ese libro cambió el mundo, ya que soy yo una pequeña parte de él y desde que lo leí no puedo dejar de creer en la magia, en la miseria de lo material y lo elevado de lo sensible. Y mis mejores ideas e impulsos desde entonces vienen sugeridos por ese libro y ese autor.
Mis gustos cambiaron desde entonces. Con Petrovic descubrí la brillante literatura serbia en particular y del este de Europa en general. Es verdad que ya había descubierto y admirado a Ismail Kadaré, pero otros autores del este me estaban disuadiendo de seguir por ese camino. Pero gracias a ese libro, pude descubrir a Danilo Kis, Mirolad Pavic o Miljenko Jergovic, entre otros muchos que han hecho mis delicias desde entonces.
Serbia y el resto de los Balcanes se han convertido en mi región fetiche, un lugar en el que, en mi imaginación, las ciudades están llenas de poetas bohemios, volcánicas aficiones y brillantes jugadores de baloncesto. Belgrado es una capital que quiero conocer, y a falta de viajar hasta la ciudad, me tengo que contentar que ver las preciosas imágenes de este fotógrafo (en mi mente es una fotógrafa).
Y ahora soy feliz, porque, después de más de dos años esperando, por fin tengo entre mis manos el segundo libro de Petrovic, Atlas descrito por el cielo, tan mágico como el primero, tan hermoso y cuidado, con otras tantas frases que contienen toda la belleza del mundo. Acabo de descubrir que una simple enumeración puede encerrar tanta poesía como los versos de Garcilaso, tanta belleza como la mujer de mis sueños. Compuesto de numerosas notas explicativas, cuadros y cortos capítulos, en sus páginas el mundo es como esas primeras palabras de Cien años de soledad, algo tan reciente que muchas cosas carecen de nombre.
«Al igual que una mariposa que al atravesar el alba en su vuelo se lleva sobre sus alas dicha mañana hasta el mediodía, nuestras historias fueron desenredadas cien amaneceres más tarde, con la llegada de un viajante parlanchín...»
En mi caso nunca podría ser una canción. Apenas sé disfrutarlas y apreciarlas. Esa tarea le debía corresponder a un libro. Y en el otoño de 2006 di con él. Lo descubrí en una pequeña columna de un suplemento cultural. Goran Petrovic y La mano de la Buena Fortuna me impactaron como nada lo ha hecho en mi vida, cambiando mi actitud, mis fantasías y aspiraciones. De nada me servía lo que pensaba hasta entonces, mis principios sufrieron una revolución completa. En cierta medida, ese libro cambió el mundo, ya que soy yo una pequeña parte de él y desde que lo leí no puedo dejar de creer en la magia, en la miseria de lo material y lo elevado de lo sensible. Y mis mejores ideas e impulsos desde entonces vienen sugeridos por ese libro y ese autor.
Mis gustos cambiaron desde entonces. Con Petrovic descubrí la brillante literatura serbia en particular y del este de Europa en general. Es verdad que ya había descubierto y admirado a Ismail Kadaré, pero otros autores del este me estaban disuadiendo de seguir por ese camino. Pero gracias a ese libro, pude descubrir a Danilo Kis, Mirolad Pavic o Miljenko Jergovic, entre otros muchos que han hecho mis delicias desde entonces.
Serbia y el resto de los Balcanes se han convertido en mi región fetiche, un lugar en el que, en mi imaginación, las ciudades están llenas de poetas bohemios, volcánicas aficiones y brillantes jugadores de baloncesto. Belgrado es una capital que quiero conocer, y a falta de viajar hasta la ciudad, me tengo que contentar que ver las preciosas imágenes de este fotógrafo (en mi mente es una fotógrafa).
Y ahora soy feliz, porque, después de más de dos años esperando, por fin tengo entre mis manos el segundo libro de Petrovic, Atlas descrito por el cielo, tan mágico como el primero, tan hermoso y cuidado, con otras tantas frases que contienen toda la belleza del mundo. Acabo de descubrir que una simple enumeración puede encerrar tanta poesía como los versos de Garcilaso, tanta belleza como la mujer de mis sueños. Compuesto de numerosas notas explicativas, cuadros y cortos capítulos, en sus páginas el mundo es como esas primeras palabras de Cien años de soledad, algo tan reciente que muchas cosas carecen de nombre.
«Al igual que una mariposa que al atravesar el alba en su vuelo se lleva sobre sus alas dicha mañana hasta el mediodía, nuestras historias fueron desenredadas cien amaneceres más tarde, con la llegada de un viajante parlanchín...»
2 comentarios:
No se si el principìo del blog es por mí, pero si es así, tienes razón en que soy un romántico incurable, pero no en que piense que la música puede cambiar el mundo. La música puede ayudar a unir a la gente en torno a una idea o una causa común, pero nada más. En todo caso, me alegro de que hayas encontrado una lectura nueva que te guste. Y olvidemonos de musica contra libros. Ambas son geniales. Un abrazo
no, no es por ti, aunque estés muy presente en mis pensamientos no venía por ti. no sé donde ni cuando oí eso, pero fue hace ya tiempo.
Y los libros son mejores que la música, claro que sí hombre, reconócelo...
un abrazo!
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