Hacer nada es una actividad sumamente elitista, que requiere una preparación y condiciones previas. Quizá, entre éstas, la más importante sea la posibilidad de hacer muchas otras cosas, todas interesantes. Ante todas esas alternativas, sin embargo, uno decide hacer nada. Hacerlo por obligación es una tarea hercúlea, que acaba pronto con nuestro ánimo. Así que, primero de todo, debe ser voluntario.
Es una ocupación tan loable como cualquier otra, ya que, entre otras muchas virtudes, nos permite desconectar y evadirnos. Aquel que se puede entregar con liberalidad a una par de horas (¡o una tarde entera, si se quiere!) a hacer nada, no es un irresponsable, sino alguien con la suficiente madurez como para saber que hay tiempo para todo, que debemos distanciarnos a veces de lo que nos rodea.