viernes, 30 de enero de 2009

Cambiar el mundo

Hay románticos incurables que creen que el mundo puede cambiar por una canción. Tres o cuatro minutos, hechos con letra y acordes, que lo trastocan todo: las esperanzas, las promesas, los miedos e incluso la realidad. Es una visión extraordinariamente vitalista, creer que creaciones humanas hechas desde el sofá de una casa cualquiera pueden mover a otras personas a cambiar, a luchar por mejorar este mundo tan imperfecto.
En mi caso nunca podría ser una canción. Apenas sé disfrutarlas y apreciarlas. Esa tarea le debía corresponder a un libro. Y en el otoño de 2006 di con él. Lo descubrí en una pequeña columna de un suplemento cultural. Goran Petrovic y La mano de la Buena Fortuna me impactaron como nada lo ha hecho en mi vida, cambiando mi actitud, mis fantasías y aspiraciones. De nada me servía lo que pensaba hasta entonces, mis principios sufrieron una revolución completa. En cierta medida, ese libro cambió el mundo, ya que soy yo una pequeña parte de él y desde que lo leí no puedo dejar de creer en la magia, en la miseria de lo material y lo elevado de lo sensible. Y mis mejores ideas e impulsos desde entonces vienen sugeridos por ese libro y ese autor.
Mis gustos cambiaron desde entonces. Con Petrovic descubrí la brillante literatura serbia en particular y del este de Europa en general. Es verdad que ya había descubierto y admirado a Ismail Kadaré, pero otros autores del este me estaban disuadiendo de seguir por ese camino. Pero gracias a ese libro, pude descubrir a Danilo Kis, Mirolad Pavic o Miljenko Jergovic, entre otros muchos que han hecho mis delicias desde entonces.
Serbia y el resto de los Balcanes se han convertido en mi región fetiche, un lugar en el que, en mi imaginación, las ciudades están llenas de poetas bohemios, volcánicas aficiones y brillantes jugadores de baloncesto. Belgrado es una capital que quiero conocer, y a falta de viajar hasta la ciudad, me tengo que contentar que ver las preciosas imágenes de este fotógrafo (en mi mente es una fotógrafa).
Y ahora soy feliz, porque, después de más de dos años esperando, por fin tengo entre mis manos el segundo libro de Petrovic, Atlas descrito por el cielo, tan mágico como el primero, tan hermoso y cuidado, con otras tantas frases que contienen toda la belleza del mundo. Acabo de descubrir que una simple enumeración puede encerrar tanta poesía como los versos de Garcilaso, tanta belleza como la mujer de mis sueños. Compuesto de numerosas notas explicativas, cuadros y cortos capítulos, en sus páginas el mundo es como esas primeras palabras de Cien años de soledad, algo tan reciente que muchas cosas carecen de nombre.
«Al igual que una mariposa que al atravesar el alba en su vuelo se lleva sobre sus alas dicha mañana hasta el mediodía, nuestras historias fueron desenredadas cien amaneceres más tarde, con la llegada de un viajante parlanchín...»

martes, 13 de enero de 2009

Sobre la guerra Israel-Palestina

Hace dos semanas, la locura volvió a adueñarse de Oriente Próximo, donde parece que no pasa el tiempo y seguimos con los mismo problemas de hace décadas. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Creo que, una vez más, para entender mejor la situación, debemos retroceder en el tiempo.
A finales del siglo XIX, a resguardo del triunfo del liberalismo, los judíos habian conseguido una relativa seguridad en la mayor parte de Europa. Donde antes eran perseguidos y asesinados, ahora eran respetados y, en ocasiones, creaban grandes fortunas (como muestra el caso de los Rosthchild). Sin embargo, el antisemitismo seguía latente: pogromos en Rusia, ataques en Alemania, el caso Dreyffus en Francia, demostraban que, aunque tolerados, los judíos seguían en situación de inferioridad con respecto al resto.
En esta situación, nace el sionismo, el sueño de crear una patria para los judíos, diseminados por el mundo entero y perseguidos en todas partes. Esta idea fue consiguiendo adeptos, siendo financiada por las grandes fortunas judías. Dicha patria, Sión, debía estar ubicada donde lo había estado en el pasado: Palestina, territorio dominado entonces por el Imperio turco y, tras la Primera Guerra Mundial, por Inglaterra. Durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX, numerosos judíos comenzaron a trasladarse a Palestina, la Tierra Prometida a donde volvían tras casi veinte siglos alejados.
Después, vino la Segunda Guerra Mundial.
Las grandes potencias se preguntaron en 1945 como compensar a los judíos por su tragedia. Finalemente, decidieron concederles un estado, en un territorio controlado por Inglaterra y en el que sus intereses económicos no eran todavía de gran importancia. Se trataba, además, del mismo que los judíos reclamaban. Tan maravillosa idea tenía una única objeción: los palestinos se asentaban en el mismo lugar y aspiraban, también ellos, a formar su propio estado con los territorios que eran concedidos, graciosamente, a los judíos. Las potencias, en un ejercicio de ilusionismo político, decidieron instalar en el mismo territorio dos estados distintos.
El nuevo estado de Israel se formó en 1948, y la respuesta de sus vecinos musulmanes fue una guerra inmediata, en el que las tropas coaligadas de Egipto, Líbano, Siria, Iraq y Jordania atacaron por sorpresa al recién nacido estado, ya que no lo reconocían como estado, considerándolo una imposición de las potencias. Sin embargo, Israel repelió el ataque con facilidad, y en los tratados de paz posteriores amplió su territorio, mientras que Egipto y Jordania se hacían con Gaza y Cisjordania.
Se sucedieron durante los años posteriores las guerras, casi todas iniciadas por sus vecinos árabes (menos la de 1956 contra Egipto, y, en sentido estricto, la Guerra de los Seis Días, iniciada por Israel ante el temor de un nuevo ataque conjunto de todos sus vecinos), que seguían sin reconocer el derecho de Israel a existir e insistían en crear un estado árabe en esas tierras. Israel obtuvo nuevos territorios, como Gaza y Cisjordania, y cuya posesión hoy en día por Israel es vista como un impedimento para la paz. El único mandatario árabe que se atrevió a establecer reconocer a Israel y establecer relaciones diplomáticas fue Anwar el Sadat, y como trágico resultado de su iniciativa fue asesinado.
Desde entonces, los ataques a Israel provienen de grupos palestinos, terroristas para unos y luchadores por la libertad para otros. Su falta de medios les obliga a atacar con suicidas cargados de bombas o con lejanos cohetes. A esto los israelíes responden con toda la potencia de la que son capaces. No respetan la vida de los civiles, no tienen problema en matar a niños, si con ello acaban con sus objetivos militares.
Desde mi punto de vista, Israel ha vivido, desde su inicio, bajo la amenaza constante de unos vecinos que la odian, dispuestos a la guerra para acabar con ella. Ha vivido bajo la amenaza constante de eliminación, y eso motiva su reacción brutal cuando es atacada. Los ataques palestinos se suceden regularmente y nadie ha dicho nada de ellos, no son condenados ni criticados. Solo se habla de los excesos de Israel, olvidando que Israel no habría empezado nada si no se hubieran lanzado misiles desde Gaza. Quizá no sean muy efectivos, pero no es el deber de un estado, Israel en este caso esperar a que el enemigo esté bien armado y capacitado para atacarle, sino defender a sus ciudadanos.
El objetivo de Israel es vivir tranquilamente y en paz por primera vez en décadas para ese estados, por primera vez en siglos para los judíos. ¿Tienen los palestinos el mismo objetivo?

martes, 6 de enero de 2009

...Y fin

Ella: Abrázame ahora, esta noche y todas las noches.
Él: No puedo, ya he olvidado como se amaba.

viernes, 2 de enero de 2009

Una semana

Se conocieron un sábado en una fiesta. Se contaron muchas cosas y se gustaron.
Un viernes hicieron el amor por primera vez, en blancas sábanas que hasta entonces no habían visto nada parecido.
Él lloró delante suyo solamente un jueves.
Los miércoles miraban al cielo.
Los martes no ocurría nada especial; eran los mejores días juntos.
Los lunes, para coger fuerzas, soñaban abrazados el uno junto al otro.
Después de semanas de dudas, lo dejaron un domingo.