lunes, 29 de diciembre de 2008

Demencia

Desvarío cuando el agua se cuela dentro…
La casa está hecha de madera y los cimientos son ya muy viejos. El techo está podrido y en los días de tormenta todo se llena de agua. Frío, siento mucho frío cuando esto ocurre, mi casa es frágil y enseguida se constipa. Oigo voces en mi interior: “Los cuervos sobrevuelan la casa… la serpiente se escurre dentro por pequeños huecos… el agujero se estrecha… un lindo gatito ronronea en el alféizar…”
Los faros se apagan en medio de una calle que no conozco. Apenas salgo del coche y mis dedos aprietan con fuerza la pistola y apunto a la primera figura que descubro. La lluvia golpea con tanta fuerza contra el suelo que yo mismo soy incapaz de oír la detonación. Apenas me detengo para ver caer el cadáver del infeliz. Debo tapar los agujeros si quiero que acabe.
No sé donde encuentro un portal abierto y me cuelo dentro. Hay luz y hace calor, empiezo a subir por las escaleras y andar por los pasillos, pero en algún lugar se me nubla la vista y ya no recuerdo nada más.
Me despierto más tarde, rodeado de gente desconocida. Visten trajes caros, llevan frágiles copas en sus manos y me miran entre curiosos, atentos y sorprendidos. Delante de mí hay una mujer que me habla, pero no logro entenderla, aunque parece amable. Empiezo a recobrar la consciencia y descubro aliviado que me han quitado la ropa húmeda y me han puesto una manta por encima, ahora me traen una taza de café caliente. Murmuro unas palabras de agradecimiento por las atenciones que me están dando, un poco abochornado ya que no puedo recordar la última vez que alguien me cuido de esa manera.
Han pasado los minutos y la gente ya se ha olvidado de mí, pero la mujer sigue a mi lado por si necesito cualquier cosa. Me ha traído otra taza de café y yo rehuyo su mirada. De repente se oye un pequeño crujido sobre nuestras cabezas. En el techo hay una claraboya desde la que se ve la noche y el agua de la lluvia.
-Debería haber insistido en que vinieran hoy a arreglarla –dice la señora a mi lado-. El otro día vimos que se había roto un poco y se ha colado un poco de agua. No mucha, pero con esta lluvia, temo que acabe de romperse del todo y nos inunde.
En ese momento, muevo mis pies sobre la alfombra y la noto húmeda y fría, justo como una gota que acaba de caer sobre mis pies. Levanto la vista aterrado, mientras la mujer continúa:
-No se preocupe, podremos guardarnos en otras…
Oigo voces dentro. Después, solo recuerdo gritos.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

¡Perrea, perrea!

Hacer cosas está sobrevalorado. Para mí la mayor expresión de felicidad que hay en este mundo es poder hacer nada, estar tirado durante un par de horas en el sofá de mi casa, rascándome la barrida o pensando en el origen de la catapulta infernal de los gemelos Derrick. Hasta hace poco esto era un signo de distinción; "es un caballero, entonces", se decía para describir a estas personas.
Sí, es verdad, no es bueno estar mucho tiempo así. Más de dos días sin ocupación, en pijama o chándal, y se entra en un peligroso ensimismamiento. Pero esto es como todo en la vida, hay que saber dosificarse. De la misma manera que no puedes comerte tú solo un buey entero, por muy bueno que esté, tampoco conviene abusar de hacer nada.
Hacer nada es una actividad sumamente elitista, que requiere una preparación y condiciones previas. Quizá, entre éstas, la más importante sea la posibilidad de hacer muchas otras cosas, todas interesantes. Ante todas esas alternativas, sin embargo, uno decide hacer nada. Hacerlo por obligación es una tarea hercúlea, que acaba pronto con nuestro ánimo. Así que, primero de todo, debe ser voluntario.
Es una ocupación tan loable como cualquier otra, ya que, entre otras muchas virtudes, nos permite desconectar y evadirnos. Aquel que se puede entregar con liberalidad a una par de horas (¡o una tarde entera, si se quiere!) a hacer nada, no es un irresponsable, sino alguien con la suficiente madurez como para saber que hay tiempo para todo, que debemos distanciarnos a veces de lo que nos rodea.
Parafraseando a Kipling, podemos decir que si eres capaz de estar una tarde sin hacer nada, ¡serás un hombre!
No sé vosotros, pero yo me voy a tirar un rato en el sofá.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Al que lee...

Le llamamos Ismael. Sabrás que nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco. Y que ese era todo su patrimonio. Supo evitar el burgo de Meung el primer lunes de abril de 1625, puesto que no quería entrar en la pelea. Una noche lluviosa, mientras huía de espectros, se hospedó en el Poney Pisador, donde esperó en vano a un amigo. Supo siempre que no debía hacer caso de viejos que se emborrachan mientras cantan: “¡Yojojó, y una botella de ron!” Ha evitado en todo momento las malas compañías, porque, lo ha oído, todos lo dicen en voz baja, Quien-tú-sabes ha vuelto.
Una vez, en Londres, se metió en líos. Pero en el 221B de Baker Street encontró toda la ayuda que podía necesitar. Para contar sus buenas noticias a un amigo lejano, envió a un correo ruso, fiel cumplidor del deber, con un corazón de oro, que llega a cualquier lugar, aunque no pueda volver a ver las cosas de la tierra.
Siempre hubo una canción de los Beatles que le recordó los días dorados de la juventud, los primeros amores que sintió. Vivió siempre y, por supuesto, siempre tiene un libro cerca, para encontrarse con otros lectores y querer a toda costa a una sola persona.

jueves, 30 de octubre de 2008

Los buenos viejos tiempos

Aaaaah, las viejas salas de cine, grandes, artísiticas, preciosas, donde se han celebrado grandes estrenos con brillantes estrellas de la gran pantalla. Desgraciadamente, en Gran Vía, donde se concentran la mayor parte de estas viejas salas, están cerrando una tras otra.
¿Todas? No, unas pocas resisten al avance de la tecnología, dispuestas a permanecer mientras el cuerpo aguante. Este interesante artículo nos muestra como es la vida dentro de estos antros de la cultura...

lunes, 13 de octubre de 2008

¡Lo que hay que oir!

A finales del siglo XVII las Provincias Unidas (Holanda) era una de las más grandes potencias del mundo. Su poder se asentaba sólidamente en la fuerza de sus comerciantes, que habían poblado los mares del mundo con sus barcos, más veloces y grandes que los de ningún otro país. Era, en todo el sentido de la palabra, una potencia global, que seguía con tanto interés la evolución de los precios en Rusia como las luchas de poder en China. Por ello, se veía obligada a mantener enviados diplomáticos en los más lejanos y exóticos lugares del ancho mundo.

En uno de los países más alejados de Holanda, en el magnífico reino de Siam, el embajador holandés entretenía al rey y su corte con los relatos del país del que venía. Le escuchaban asombrados, sorprendidos por lo que descubrían a través de sus labios sobre aquel lejano lugar. En medio del sofocante calor de esas latitudes, les contó que en su tierra, en la época en que bajaban las temperaturas, las aguas llegaban a solidificarse de tal manera que los hombres podían caminar sobre ellas. Incluso un elefante, si en Holanda los hubiera, podría cruzar las aguas.

Para los oídos de Su Majestad, aquello fue demasiado. Indignado por el atrevimiento del embajador, le dijo: «Hasta este momento he creído las cosas extrañas que me has relatado, porque ví en ti un hombre sensato y de honor; pero ahora estoy seguro que mientes.»

En Juan Pimentel, Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración, pág. 30, Marcial Pons Historia, 2003.

viernes, 10 de octubre de 2008

¡AL FIN!


Para los fans de Tarantino (como yo), una buena noticia. Estaba ayer en la FNAC, buscando Serpicco (que no encontré) y de repente ví en el tablón que el 6 de noviembre se edita en España el dvd de Reservoir Dogs. Y dentro de poco se inicia el rodaje de Inglorious bastards, en el que, lamentablemente, está Brad Pitt.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Polvo de estrellas

Un verano, hace unos diez años, conocí a una de mis mejores amigas. Hemos hablado poco desde entonces, pero siempre me acuerdo de ella, era una de las mejores y más interesantes personas que he conocido. María José, "Mari", cantaba en el coro de su pueblo, y tenía una voz hermosa y clara cuando cantaba. Yo, que entonces era mucho más inocente de lo que soy ahora, no había conocido a nadie que cantara tan bien, y no paraba de pedirle, a todas horas, que siguiera, que cantara una nueva canción. De todas las que cantaba, ésta era mi preferida.
Me estoy volviendo del revés
desde que, de repente,
tuvimos una conmoción
sexual sorprendente.
La noche se nos puso a cien
señal que funcionamos bien.

Lo nuestro fue polvo de estrellas
una conmoción entre una diosa y un mortal
lo nuestro fue telepatía,
sólo tuya y mía
un lenguaje personal.
Y desde entonces pienso en ti,
tú me has dejado huella.
Y desde entonces pienso en ti,
en ti polvo de estrellas.

Me estoy volviendo del revés,
con los pies hacia el cielo.
Y la cabeza se me va
tras de ti, de tu anzuelo.
Y voy tragando cada vez,
tu dulce cebo como un pez.

Lo nuestro fue polvo de estrellas
una conmoción entre una diosa y un mortal
lo nuestro fue telepatía,
sólo tuya y mía
un lenguaje personal.
Y desde entonces pienso en ti,
tú me has dejado huella.
Y desde entonces pienso en ti,
en ti polvo de estrellas.

martes, 7 de octubre de 2008

La bailarina



«Por más que esa preciosa jovencita patine por el hielo, por más que estire con pasión los brazos hacia delante, por mucho que se curve o que se gire..., da lo mismo. Siempre estará ahí sola sobre el hielo.»

jueves, 2 de octubre de 2008

miércoles, 1 de octubre de 2008

¡ME HAN SUBIDO (UN POCO) EL SUELDO!

Sigue siendo un sueldo algo corto, pero en tiempos de crisis (y aunque no estuviéramos en crisis) siempre levanta el ánimo que a una le suban el estipendio. Todavía no puedo nadar en mis monedas como McPato, pero algo es algo. Además, tiene que rozar mucho eso de las monedas, no debe ser muy agradable para la piel...

jueves, 25 de septiembre de 2008

Herederos de una tradición centenaria


Estas son las palabras del obrero impresor, que departamento de producción de Ediciones La Librería ha hecho suyas:

"Estoy con mis libros, mis libros, los de mi imprenta, los que pasaron por tus manos, hoja a hoja, letra a letra."

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿una vida en la basura?

En casa tenemos una buhardilla, una pequeña habitación en el último piso a la que hemos dado utilidad en los últimos doce años: ha funcionado como despensa y almacén de nuestros viejos recuerdos. Algo así como las que aparecen en las películas, aunque más pequeña: llena de polvo, con muebles (mucho menos antiguos que los de las películas) y toneladas de recuerdos. En mi caso, éstos son de hace unos doce años, toda mi vida académica estaba guardada en viejas mochilas. Mis viejos libros de texto, mis indescifrables apuntes, guardados ahí “por si un día los necesito” o, más bien, para revivir esos recuerdos más adelante, cuando peine canas (si las peino) y cualquier recuerdo de mis años mozos me haga estremecer.
Ya no será posible. La buhardilla carecía de cualquier tipo de orden y mi madre, en un típico ataque de madre, decidió este verano que había que amueblarla. Y ahora tiene baldas y armarios, tarima en el suelo, y piensa poner mi vieja cama de Barbastro (¿ya no dormiré más en ella?). Y claro, todos esos viejos libros y apuntes ya no tienen sitio ahí arriba; tampoco en mi habitación. Así que han acabado donde era más fácil que acabarán: en el contenedor de papel.
En doce años, no les había echado ningún vistazo desde que los guardé en sus respectivas bolsas. Ahí tenía los problemas de matemáticas que tantos problemas me dieron o las frases de latín que nunca supe analizar. Ví que mi letra con trece años era más clara e inteligible que con 20 o la actual. También leí algún que otro comentario que me puso algún amigo entre los apuntes, alguna coña del momento de la que, increíble, todavía me acuerdo.
Y me he preguntado, ¿de verdad me iba a interesar por ellos dentro de 10, 20 o 30 años? Es verdad que me he quedado un rato mirando todos aquellos libros y apuntes, pero no me he sentido especialmente nostálgico (no más de lo que ya soy por naturaleza) ni he pensado más en el pasado por ello. De hecho, es casi como si hubiera soltado lastre, quedándome sólo con lo que de verdad me importa del pasado: algunas fotografías y viejas cartas, de papel ya amarillento. Tengo mis recuerdos, camisetas donde mis amigos me escribieron mensajes de despedida y alguna otra cosa que, eso sí, veo a menudo y me recuerda lo que he vivido hasta ahora. No me he deshecho de mi pasado o de mis recuerdos, sino más bien de una carga que soportaba inútilmente. Ahora, simplemente, voy más ligero de equipaje que antes. Los mismos recuerdos pero menos peso.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La gentuza que nos gobierna

Como tengo la firme convicción de que cada país tiene los gobernantes que se merece, este vídeo no deja muy bien la opinión que tengo de mis compatriotas. Espero, no obstante, que esto sea sólo un ejemplo extremo, que la mayoría de la gente no alcance estos niveles de estupidez. Lo raro, con ministros así, no es que ocurran las desgracias que pasan, sino que no tengan lugar más a menudo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Nicolás Maquiavelo


Resulta hasta cierto punto trágico que un ferviente republicano como Maquiavelo haya pasado a la historia por el más perfecto manual para cualquier aspirante a gobernante autoritario. Si bien El príncipe es su obra más famosa, no es que refleja su pensamiento, mérito que pertenece a Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde muestra su admiración por la República romana y los beneficios que este sistema de gobierno procura.De familia noble pero no rica, las numerosas deudas de su padre hicieron que no creciera en Florencia, sino en pequeños pueblos de la Toscana. Como tantos otros personajes destacados de su tiempo, recibió una sólida formación humanística, lo que le permitió entrar en contacto con la historia y conocimientos de Grecia y Roma. Durante casi dos décadas trabajó al servicio de la restaurada república florentina, tras el gobierno de los Médici y Savonarola, dando muestras de su patriotismo y de sus amplias capacidades. Sin embargo, el regreso al poder de los Médici le privó de sus cargos y fue torturado. Inició entonces un largo peregrinaje, en el que conoció la ruina económica y el desprecio de los grandes, que no quisieron (o no supieron) aprovechar a este personaje. De él se podría decir, de la misma manera que del Cid, “que buen vasallo que fuesse, si tuviesse buen señor”.
La historia le adjudicó una frase que jamás pronunció o escribió: “El fin justifica los medios”. Él nunca dijo nada por el estilo, aunque por su trayectoria vital bien podría haberlo dicho. Vivió en la brillante Italia renacentista, donde las artes y las letras florecieron de la misma manera que lo hicieron el asesinato como arma política y la difamación. Los golpes de la vida fueron los que le llevaron a escribir El príncipe, obra que le daría fama inmortal, si bien al alto coste de ser constantemente criticado, sobre todo por aquellos que después se mostrarían como los más perfectos modelos de ese príncipe que el proponía. ¿Por qué escribió un manual para que un gobernante se mantuviera en el poder indefinidamente, suprimiendo la libertad de sus súbditos? ¿Acaso no se definía como republicano y expresó toda su vida su admiración por la República romana (no por el Imperio)?
Sin duda, pero, al fin y al cabo, era hombre como todos los demás, y la ruina en la que quedó tras caer la república florentina le llevó a ofrecer su obra al nuevo señor que se iba a adueñar de su querida Florencia: un nuevo Lorenzo de Médicis, que había heredado del Magnífico tan sólo el nombre. Despreciado, como aún lo habría de ser en numerosas ocasiones más, tuvo que buscar otros medios con los que sobrevivir.
¿Es tan inmoral su obra más famosa? En absoluto. En ella recomienda al príncipe que cultive el amor y el bienestar de sus súbditos, que son, en última instancia, los mejores garantes de su soberanía. Cuida a tu pueblo y este cuidará de ti, viene a decir. En la Italia renacentista, donde un estado podía pasar por varios regímenes y gobernantes en tan sólo cinco años, esta admonición tiene toda la lógica del mundo: el pueblo volverá, tarde o temprano, a reclamar a aquel con el que fue feliz. Sólo en lo que concierne a las relaciones exteriores muestra esa doblez, esa perfidia que han atacado sus numerosos enemigos. Pero, teniendo en cuenta que se trata de un manual práctico, no de un tratado ético, no podía hacer otra cosa. Él había visto como cumplir la palabra dada había llevado a la ruina a no pocos príncipes, como triunfaban aquellos cuya mano izquierda ignoraba lo que firmaba la diestra, los que presumían de religiosos para beneficiarse con ello. En suma, él hablaba del mundo real, no del deseado.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Venecia, la ciudad de los canales


Aunque quizá sea una de las ciudades más celebradas del mundo, es curioso como los italianos (y sobre todo los propios venecianos) la tratan con cierto tono despectivo. Algo así como un agujero en el culo nos decían los italianos que conocimos que era la ciudad de los canales. Para la mayoría de los que la visitamos, sin embargo, es una de esas ciudades mágicas con las que nos quedamos y recordamos como uno de nuestros más hermosos viajes. Probablemente se deba a su carácter único, a la magia de unos edificios antiguos que descansan sobre canales, reconvertidos ahora en silenciosos museos, y al romanticismo que desprenden sus calles (con todo esto, por tanto, se entiende la despectiva opinión de los italianos: no debe haber ciudad más desagradable para habitar que un lugar así). Ciudades como Praga, París o Nueva York son hermosas y uno puede perderse por sus calles durante días, pero se parecen a los lugares en los que vivimos. Venecia tiene el encanto de la novedad, la diferencia con respecto a nuestra vida diaria. Pasear entre sus canales es entrar en otro mundo, como un sueño, del que sabemos que pronto nos despertaremos, y la belleza se convertirá en un recuerdo.


Entre los numerosos encantos de la ciudad, el Puente de los Suspiros goza quizá del más enigmático de los nombres. Construido en 1600, unía el Palacio Ducal, donde se concentraban todos los edificios públicos, con las nuevas prisiones, salvando elegantemente el canal que separa ambos edificios. A diferencia de los numerosísimos puentes de la ciudad, éste está cubierto y cerrado, con pequeñas ventanas por las que se cuela la luz del sol.


Cuenta la más romántica de las leyendas venecianas que el nombre viene de los suspiros que emitían los condenados por los tribunales, cuando pasaban por ese puente para pagar sus penas en las oscuras y frías celdas, viendo, quizá por última vez, la luz del sol.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El amo del asfalto


Aquí estoy, convertido en el terror de la carretera, sobre una pedazo “¡Magma!”, como dijo Checho nada más verla. Yo, que de motos apenas sé que no tienen techo, me lo creí. La verdad es que la moto molaba, parecía (para un absoluto desconocedor como yo) que lleváramos una Harley un poco más pequeña.
Sí, molar molaba mucho la moto, pero lo que es tirar, poquito la verdad. En las cuestas parecía que lleváramos una Vespino gripada, apenas subía aquello. Y encima casi nos caemos con la moto. Joder con el sobrino del Ángel del Infierno, no vuelvas a coger motos en tu vida.
Al menos, me quedo una foto como si fuera un motorista de esos que causan sensación por donde pasan.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El castillo de Milán


El castillo de Milán es uno de los (escasos) atractivos de Milán, una ciudad más preocupada por los negocios y la industria, en la que el visitante queda un poco desencantado con la capital lombarda. Dentro de esta antigua fortaleza, en la que todavía se puede admirar el foso que la rodea, está una de las esculturas más destacadas del Renacimiento, en la que se anunciaba su muerte y el ascenso del Manierismo: la Piedad Rondanini, última escultura de Miguel Ángel.
Fue construido en 1450 por el nuevo duque de Milán, Francesco Sforza. Condottiero militar, consideró que la mejor forma de asegurar el control de su nuevo estado en un mundo tan inestable como era la Italia renacentista, era construir una poderosa fortaleza donde albergar tropas con las que controlar la ciudad.
Nicolás Maquiavelo, uno de los pensadores más perspicaces de todos los tiempos, dijo en su obra más célebre, El príncipe, que esta fortaleza «le ha dado y le dará más guerra (…) que cualquier otro desorden en aquel Estado.» Y es que, como acertadamente indica el florentino, las fortalezas que se construyen como defensa frente al pueblo (como era el caso) no salvarán al príncipe. No hay, para éste, mayor protección que el amor de su pueblo, ya que por muchos enemigos que tenga, acabará recuperando sus estados por el amor del pueblo.

martes, 26 de agosto de 2008

Viajes que no concluyen nunca

Acabo de volver del viaje: cansado, con la cámara repleta de fotos, la mochila de ropa por lavar y mi cabeza de recuerdos que nunca me abandonarán. La mayor parte del viaje son buenos recuerdos, aunque falta alguna otra cosa que lamentar. Hay buenas anécdotas, con las que nos hemos reído mucho; algunas no tendrán sentido para quién no las haya vivido, otras provocarán la misma risa que a nosotros.
22 días que parecieron no tener fin mientras duraron; hoy sólo son otro recuerdo, cuya frescura será tamizada poco a poco por nuevas experiencias. Eso es la vida, ¿no? No se puede vivir de una sola experiencia, hay que conocer nuevos mundos, nueva gente, vivir lo que antes temías hacer. Viajar nos hace madurar al exponernos a lo desconocido, nos convierte en seres anónimos de nosotros mismos, y nos lleva a descubrir el reflejo de la persona que habríamos sido en otros lugares.
Ciudades cargadas de arte, de historia, de catedrales y monumentos, museos y maravillosos restos de una gloria pretérita. He paseado por las mismas piedras que se mancharon con la sangre de César; la misma laguna en la que un león protege los restos del evangelista Marcos; me he cobijado bajo la sombra de una torre que inició una caída siglos atrás que todavía no ha concluido; admiré a David reposando tras haber dominado al gigante Goliat; y he reflexionado allí donde Demóstenes demostró que las palabras pueden tener la misma fuerza que las espadas.
Viajar es dejar pedazos de mí allí por donde paso y llevarme una parte de lo que visito.

miércoles, 6 de agosto de 2008

diario del viaje

Dia 6: El calor no me permite ver mas alla de mis manos. Veo visiones...
Pero este viaje esta genial, ciudades preciosas, los mas bellos monumentos, historia... Me estoy hinchando a hacer fotos (y echando de menos tener una camara reflex; estas navidades cae fijo) y a comer pasta y pizza.
Y todavia nos quedan Pisa, Siena, Atenas, Kefalonia, Roma... Lo mejor delv iaje esta por venir...

jueves, 31 de julio de 2008

vacaciones

Olvidémonos de miedos y supersticiones...
Todos los caminos llevan a Roma, y aunque demos muchas vueltas, al final en ella acabamos. 22 días de viaje, acabaremos en la Ciudad Eterna.
Dios, vacaciones por fin. A disfrutarlas y a olvidarnos de todo, a disfrutar, que para eso están!!!!!!

sobre el amor y otros errores humanos

Celebrada ya la ceremonia, y tras el breve discurso de Tobi y Riki, tomó la palabra el amigo americano, Jaime Jesús. Con unas pocas palabras revivió con todos nosotros lo que ocurrió hace unos diez años, la primera vez que Riki acompañaba a Tobi para ir a visitar a Jaime Jesús a Los Ángeles. Durante ese viaje, una noche Riki se sentó al piano y cantó varias canciones a la luz de la luna, mientras Tobi y Jaime bebían vino. Y Jaime recordó que aquella noche, alrededor de diez años atrás, le dijo a Tobi que estaba seguro que un día, tarde o temprano, se casarían, y él estaría en la boda. Diez años después, sus palabras se hicieron realidad.
Es probable que Jaime fuera el amigo más antiguo de todos los que nos reunimos el sábado en Newcastle; probablemente les conoce como pocos, y sabe como es su relación mucho mejor que yo. Pero aún así, y a pesar de sus bellas palabras cuando aseguró que siempre supo que Tobi y Riki acabarían juntos, yo no puedo compartir esa certeza.
Porque, de hecho, sé que por muy bien que estén los dos juntos, por mucho que Tobi quiera a Riki y les unan sus gemelos, creo, casi diría que sé sin lugar a dudas, que Riki no es el amor de la vida de Tobi. A pesar de la confianza y de la tranquila seguridad que dan diez años juntos, creo que Tobi siempre sentirá más por Mamen que lo que nunca podrá sentir por Riki.
Creo que fue el miedo, lo difícil que parecía la situación hace cuatro años, la incertidumbre sobre el futuro, sobre si la relación con aquella chica morena de pequeña estatura, tan diferente de todas las chicas que conocía, con constantes cambios de humor, podría salir adelante. Una extraña para su familia y amigos, pero que le ofrecía la posibilidad de sentir y vivir la vida como con ninguna otra persona lo podrá hacer. Con ella sentiría la vida bullir en su interior cada mañana.
Y si es así, si es cierto todo esto que pienso, la verdad es que es triste, mucho, pensar que el temor puede acabar con el amor. ¿Será eso lo que les depara la vida a los enamoradizos como yo?
Menos mal que siempre nos quedarán las películas americanas… “Siempre nos quedará París” (o Liverpool, o Málaga, o un piso anónimo en cualquier lugar perdido del mundo…)

jueves, 24 de julio de 2008

Unas cañas

Hacía tanto tiempo que ni tan siquiera sabía cuanto los echaba de menos. He pasado meses sin ellos, aguantando con nuevos amigos mis desamores, esperando paciente a que acabaran sus oposiciones. Casi hasta los había olvidado, quedando en algún punto intermedio entre mis recuerdos y mis sueños.
Pero bastó una noche, la semana pasada, para volver a reir con ellos y pasármelo como hacía tiempo que no lo hacía. Unas cañas en lo alto de un edificio cerca de la plaza de Tirso de Molina, en esa maravilla medio escondida medio adorada que es la Casa de Granada, para darme cuenta de cosas que ni me había parado a pensar.
Que maravilla volver a disfrutar con vosotros. Espero muchas más noches como esa.

martes, 15 de julio de 2008

Mi lugar en el mundo


«Caaaarpe... Caaaarpe... Caarpe diiem... Aprovechad el momento chicos... Haced que vuestra vida sea extraordinaria.» Con estas palabras introducía a la vida el personaje de Robin Williams a los chicos de la Academia Wellton en El club de los poetas muertos. Les animaba, con trágicas consecuencias finales, a perseguir sus sueños, a hacer que sus vidas fueran aquello con lo que han soñado y no permitir que el mundo les dijera que no es posible, que así no se vive.
¿Cúantas veces he soñado con hacer esto o aquello? He querido ser escritor, estrella de fútbol, rey conquistador, explorador de mundos ignotos, salir con la chica con la que he soñado despierto tantos días, y tantas otras cosas más que habría de vivir una y mil vidas para hacerlas realidad. Sin embargo, mis sueños se han ido evaporando uno tras otro, como si de una procesión interminable se tratara. No dejo de tener la sensación de tiempo perdido, de arena que se escurre entre mis dedos sin poder yo evitarlo.
Y así me encuentro hoy en día, con una vida cómoda, encarrilada en muchos aspectos y nebulosa en otros tantos. Disfruto de una caña con amigos en una terraza, de una cena improvisada hecha con los restos de la comida, de una tranquila sesión de cine un domingo por la tarde. Pero no, no es con lo que he soñado tantas veces, lo que quería ser y lo que quería hacer. Quería algo más, no ser una de esas personas «que pasan de largo al ver la entrada de una cueva» sino de «las que encienden una linterna». Desgraciadamente tengo la amarga sensación de que no lo soy. Como tantos otros, al final sigo el camino preestablecido, el que otras personas que ni tan siquiera conozco decidieron que era el correcto, el que debe seguir cualquier persona seria y responsable. Y así he olvidado mis sueños y mis ilusiones, lo que me dio fuerzas en unos años difíciles e ingenuos
Me encuentro en un momento de vacío y escepticismo ante la vida y las ilusiones. Cuando he creído tener la felicidad que buscaba se ha ido con asombrosa rapidez, descubriendo lo frágil que son las cosas en este mundo, y ahora me pregunto cual debe ser mi próximo paso en la vida. También descubro con asombro que tengo una condescente seguridad y sabiduría fruto de mis más numerosas dudas e incertidumbres. Sí, las cosas pueden ser mucho más sencillas de lo que pensaba, pero también más complicadas de lo que había imaginado. Es todo tan sencillo como que después de “a” se dice “b”, pero cuando ya estás confiado no sabes si tras “c” es “ch” o “d”.
¿Qué es lo que quiero hacer? ¿Dejarlo todo atrás y dedicarme a viajar, como me pide el cuerpo desde hace un tiempo? ¿O buscar la felicidad de los pequeños placeres cotidianos? Lo que sea, pero que mi vida sea extraordinaria, al menos para mí.

«El día de hoy no se volverá a repetir. Vive intensamente cada instante. Lo que no significa alocadamente, sino mimando cada situación, escuchando a cada compañero, intentando realizar cada sueño positivo, buscando el éxito del otro, examinándote de la asignatura fundamental: el Amor. Para que un día no lamentes haber malgastado egoístamente tu capacidad de amar y dar vida...»

viernes, 11 de julio de 2008

Descubrimientos imprevistos

Una nueva joya, un nuevo diamante descubierto. De entre todos los libros que he leído este año, Mamá Leone ha sido uno de los mejores y, sobre todo, la mayor sorpresa. Bien es verdad que las referencias eran positivas, que todos los libros que he leído de esa desaparecida maravilla que era Ediciones Metáfora eran pequeños universos al margen del resto de la literatura, una corriente nueva y fresca, que tiene poco que ver con lo que se puede leer producido a este lado de Berlín.

Ya al leer la sinopsis sentí que ese libro estaba escrito para mí, que llevaba años acumulando polvo (menos mal que lo retractilaron) como si tuviera que hacer méritos para llegar a mis manos. Me gustan las historias intimistas, donde afloran los sentimientos con la misma fuerza que el agua de una boca de incendios. Y sólo me hizo falta leer el breve resumen de la contraportada para ver que era eso lo que ofrecía el libro, pequeñas historias cotidianas con las que un niño (no tendrá más de 7 años) va descubriendo el mundo, la vida y las estúpidas complejidades que creamos para complicarnos la existencia.

Miljenko Jergovic es poeta y eso se aprecia rápidamente al leer el libro. Su bello lenguaje está cuidado hasta el último punto y los sentimientos de los protagonistas están descritos con la delicadeza de quién sabe hablarte de una flor sacudida por el viento. Hace de la casualidad, de una mirada perdida hurtada a lo cotidiano, el punto de inflexión, el que decide la vida de los personajes y los que le rodean. No busca explicación para lo que no lo hay, porque sabe que las personas no se mueven por la razón sino por oscuras fuerzas que nos llevan de un lado para otros como si fuéramos peleles.

Y, por supuesto, está la guerra. No se puede entender los Balcanes sin conflictos, ya sean las Guerras Mundiales o la de Bosnia de hace quince años (¡ya hace quince años!). Marcados a sangre y fuego por ellas, todos los personajes están condicionados por como les afecta. Unos se marcharán lejos, otros permanecerán, algunos caerán muerto y habrá quién será incapaz de explicar porque hizo o dejó de hacer tal o cual cosa, y cuando finaliza la guerra, advierte que ya es demasiado tarde para volver atrás y actuar de otra manera.

viernes, 4 de julio de 2008

Frases históricas

  • Simónides, tras la batalla de las Termópilas, 480 a. C.: «Extranjero, ve y dí a los lacedemonios que aquí yacemos en cumplimiento de sus leyes.»
  • Aníbal, 183 a.C., antes de suicidarse: «Libremos a Roma de sus inquietudes, ya que no sabe esperar la muerte de un anciano».
  • Sila, tras perdonar la vida de Julio César ante las peticiones recibidas, 82 a.C.: «Hay muchos Marios en César».
  • Pompeyo Magno, 67 a.C. : «Vivir no es importante; navegar sí»
  • Cicerón, 44 a.C.: «Tu espíritu nunca se conformó con los estrechos confines que la naturaleza nos impone.»
  • Tetuliano, 150-225 d.C.: «La sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos».
  • Juliano el Apóstata a Dios, antes de morir el 363 d.C.: «Venciste, Galileo».
  • Lampadio, sobre la paz que el Senado romano aprobaba conceder mil ochocientos kilos de oro para alcanzar la paz con los godos de Alarico, que en 410 d.C. saquearían Roma, 408 d.C.: «Esto no es paz, sino un acto de servidumbre»
  • Sidonio Apolinar, 431-488: «De pronto el mundo bárbaro…, dejó caer todo el norte en la Galia»
  • Guillem Vinatea al rey Alfonso el Benigno de Aragón, siglo XIV: «Como hombre no sois más que nos y como rey sois por nos y para nos».
  • Pasquín aparecido en las iglesias castellanas, 1520: «Tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor.»
  • Carlos IX de Francia, antes de la matanza de San Bartolomé, 24 de agosto de 1572: «Matadlos; pero matadlos a todos, que no quede ni uno solo para recordármelo»
  • Felipe II de España, al ser reconocido como rey de Portugal, 1580; estaba claro que era suyo: «Lo heredé, lo compré, lo conquisté»
  • Enrique IV de Francia, al converirse al catolicismo para ser admitido como rey de Francia, 25 de julio de 1593: «París bien vale una misa»
  • Carlos I de Inglaterra, al ser acusado el duque de Buckingham de actuar como Sejano, 1625: «De manera implícita, debe tenerme a mí por un Tiberio.»
  • Luis XIV, al ser reconocido su nieto Felipe de Anjou como nuevo rey de España, 1700: «Ya no hay Pirineos»
  • Horacio Nelson, batalla de Trafalgar, 21 de octubre de 1805: «Inglaterra espera que todo hombre cumplirá con su deber»
  • Napoleón, en el exilio de Santa Elena: «Mi verdadera gloria no está en haber ganado cuarenta batallas; Waterloo eclipsará el recuerdo de tantas victorias. Lo que no será borrado, lo que vivirá eternamente, es mi Código Civil»
  • Clausewitz, 1831: «La guerra es la continuación de la política por otros medios»
  • William Randolph Hearst, a su fotógrafo en Cuba, 1898: «Usted ponga las fotografías, yo pondré la guerra»
  • Ernest Shackleton, anuncio publicado en el periódico Times en 1914 para la expedición a la Antártida, 1914: «Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de oscuridad absoluta. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.»
  • Miguel Maura, 14 de abril de 1931: «Señores ¡Paso al gobierno de la República!»

miércoles, 2 de julio de 2008

El (cinematográfico) emblema del valor



Para mí, Una historia del Bronx es probablemente una de las mejores películas americanas de los 90. Sencilla, noble, presenta el dilema de un chico de 17 años, incapaz de decidir si seguir los pasos de su padre (Robert de Niro) o el del mafioso del barrio (Chazz Palmintieri), el hombre que gobierna su pequeño mundo con mano de hierro, al que admira desde pequeño y que se ha convertido en su tutor en la vida.
Más allá de actuaciones, diálogos o aspectos técnicos (todos ellos sujetos a los gustos de cada uno), lo que más me llama la atención es el debate que se plantea en la película sobre el tema el valor y los héroes. ¿Quién merece mayor reconocimiento, el atribulado padre de familia, humilde conductor de autobús, o el temido gángster, carismático líder del barrio, que se enfrenta día sí día también, pistola en mano, a sus enemigos?
El valor es para mí una cualidad admirable, pero pocas cualidades resultan tan escurridizas como ésta. ¿Qué es el valor? He oído dos definiciones que no acaban de convencerme, aunque coincido con alguna de sus ideas: “Los héroes son sólo personas normales que hacen cosas extraordinarias en épocas extraordinarias”; “Un héroe no es más valiente que los demás. Es tan sólo más valiente durante cinco minutos más”. Las dos incluyen la palabra héroe, figura entre cuyas cualidades suele destacar el valor. Sin embargo, la primera limita al héroe a ciertas periodos, muchas veces limitados. Ignora por completo los miedos cotidianos a los que se hacen frente, carentes de cualquier aspecto extraordinario; mientras, la segunda me parece que se inclina más por la irreflexión: ser valiente cinco minutos más implica que después de ese tiempo ya no lo es, queda igualado a los demás por completo. Personalmente, me da la sensación de que, según esta afirmación, el valor es, en el fondo, la ausencia de reflexión sobre la situación, pues los demás lo pensamos antes que él y entonces nos echamos atrás, mientras que el héroe, el valeroso, sólo se da cuenta a posteriori de sus actos. Si eso es así, eso no es valor, porque éste significa superar tus temores y hacer aquello a lo que temes enfrentarte. Implica, por tanto, reflexión, y una vez que has tomado esa decisión, la mantienes hayan pasado cinco minutos o cinco siglos. Para mí, el valor es enfrentarse a nuestros miedos, ser capaz de mantener las sangre fría cuando lo normal es perder los nervios, actuar con cabeza en vez de irreflexivamente.
Sabiendo lo que significa, al menos para mí, el valor, ¿dónde lo vemos realmente? En nuestra sociedad, el valor lo asociamos normalmente con la violencia. Vemos como un valiente a aquel que se juega su integridad física, al que entra en una pelea o al que realiza un deporte de riesgo. El sumum de esta idea lo encontramos en aquellos que se juegan la vida (policías, soldados o mafiosos, como el personaje de Chazz Palmintieri). Son ellos los que se atreven a ponerse en situaciones que, a la mayoría, haría mearse en los pantalones.
Sin embargo, el personaje de Robert de Niro llama la atención de su hijo sobre otra forma de valor: el que se enfrenta a las dificultades del día a día y no les vuelve la cara ni toma un camino más sencillo y atractivo, pero inmoral y sucio. Él es el padre de familia que se levanta de madrugada todas las mañanas para realizar un humilde trabajo a cambio de un pequeño sueldo, que apenas le permite mantener a su familia, pero honrado, del que puede sentirse plenamente orgulloso y por el que su conciencia nunca le jugará malas pasadas.
Se plantea entonces un interrogante, ¿cúal es el camino que toma el cobarde? Muchos podrían decir que el segundo, el hombre honrado del trabajo humilde, ya que ahí no se juega la vida todos los días y puede seguir con su monótona pero segura vida hasta dentro de muchos años. El mafioso, que cada día tiene que hacer frente a un cañón de pistola distinto, resulta más osado.
Desde la otra óptica, en cambio, el mafioso aparece como un cobarde, incapaz de hacer frente a lo que es la vida real, a trabajar duramente cada jornada de trabajo para poder llevar un plato caliente a la mesa. Prefiera una existencia más opulenta y en el fondo sencilla, pues sólo debe preocuparse de matar a los demás. No conocerá las dificultades de una crisis, no temerá por un posible despido. De hecho, han sido todas estas consideraciones, todos estos miedos que no ha sabido vencer, los que le han llevado a esa otra vida más fácil.
Al fin y al cabo, ¿qué se juega el mafioso? Tan sólo su propia vida, el hecho de que le maten o no. Y para una mente mínimamente bien arreglada, la muerte no debe inspirar el menor miedo (simplemente dejas de existir, ¿qué hay de terrorífico en ello?). Con suerte, además, consigue mantenerla contando todo lo que sabe y traicionando a sus antiguos compañeros.
Mientras, el padre de familia se juega la vida de los que ama, de aquellos por los que ha elegido una vida de trabajo duro y limitaciones, pero honrado.
Para mí, este es el gran tema de la película. Y el gran acierto es presentar al mafioso no como una bestia, sino como un ser humano con la misma profundidad que cualquier otra persona.

domingo, 29 de junio de 2008

¿Día de gloria...?

Hoy, día de fútbol. Generaciones de españoles hemos esperado esta ocasión durante años y años. Hace demasiado tiempo que no hemos hecho nada; esta noche, ¿podremos? El mero hecho de haber llegado ya era algo impensable hace solo tres semanas. Pero una vez que hemos llegado hasta aquí, ¿no podríamos acabar lo que hemos empezado? Espero estar esta noche en Colón celebrándolo.¿Por qué me gusta el fútbol? Es difícil explicarlo, pero desde pequeño ha sido mi juego favorito, donde mayor diversión encontraba y mejores amigos he hecho. Y en el fútbol de competición veo reflejado todos los sueños con los que me dormía por la noche en mi habitación de niño de 8 años, los goles que quería marcar cuando jugaba en el patio del colegio con mis amigos y me imaginaba que estaba en la final de un mundial.
El fútbol es algo más que unos tíos dando patadas a un balón. Más allá de los goles, más allá del esfuerzo, hay pequeñas historias que hablan de personas y sueños, de emociones y sentimientos que estallan al besar la red una pelota. Mis historias favoritas vienen todas de la vieja, verde y nebulosa Inglaterra. No es extraño que así sea: son los inventores de este deporte, veneran como pocos a las viejas glorias y es un país en el que las tradiciones tienen mucha importancia. El fútbol se vive de otra manera, más pura que en cualquier otro lugar. Se aplaude el esfuerzo y al rival, porque se entiende que esto es un deporte, se juega entre caballeros y debe reconocerse al rival. Mucho deberíamos aprender en España. Esta anécdota, de la que existen dos versiones, me la contó Tobi y es mi favorita sobre cualquier otra:


-Situémonos en 1966, la víspera de la final de la Copa del Mundo de selecciones, el mayor acontecimiento futbolístico. A pesar de ser los inventores de este deporte y de presumir de la calidad de sus jugadores y sus clubes, ni la selección ni sus equipos han hecho nunca nada destacable en el panorama internacional. De hecho, en ese Mundial, han llegado a la final gracias a las ayudas arbitrales y al público más que a la calidad de sus jugadores (que sin duda la tenían).
En uno de los numerosos pubs de los abundantes pueblos de los históricos condados ingleses, se discute animadamente de las posibilidades del equipo inglés contra los poderosos alemanes. Todos ellos han luchado contra Alemania hace veinte años, y recuerdan con terror a los poderosos y orgullosos germanos, altos y rubios como ellos nunca lo han sido. Tanto entonces como cincuenta años antes, lograron la victoria gracias a la ayuda de los aliados, pero ahora se encuentran solos. ¿Podrán con los teutones? Desgraciadamente, muchos creen que no.
Entonces, hace sus aparición en el pub una celebridad local. En Inglaterra estas figuras son admiradas y respetadas, y cuando hablan la gente las escucha con los oídos abiertos y la boca cerrada. Es un venerable personaje, que viste con ropa de tweed y fuma en pipa, de nariz roja y pelo blanco. Y es entonces cuando uno de los que participan en la tertulia futbolística, que toda la parroquia sigue animadamente, le pregunta a la eminencia local su opinión sobre el partido de mañana: “Sir, ¿podremos con ellos?”.
Tranquilamente, este hombre admirado coge la pinta que el barman le ha servido sin esperar a que se la pidiera (al fin y al cabo, en un pub inglés, un hombre no puede beber otra cosa) y se la lleva a los labios. Tras un largo trago, la devuelve a la mesa, y con la mano izquierda se limpia la espuma que le ha quedado sobre el labio superior. Entonces, mira fijamente a aquel que le ha formulado la pregunta y le responde:
-Mire, les hemos ganado dos veces en su deporte nacional. Ahora se trata de nuestro deporte nacional. (Look, we’ve beaten them twice in their nacional game. Now it comes to our nacional game.)
No dijo nada más, pero todos los de aquel pub respiraron más tranquilos. E Inglaterra ganó la final, por supuesto.

-En la otra versión, Inglaterra juega en el Mundial de 1970 contra Alemania nuevamente. A pesar de jugar brillantemente, cae eliminada tras perder 3-2. Es un tragedia nacional, ya que habían presentado a uno de los mejores equipos de su historia.
En el mismo pueblo de la versión anterior, un niño llora desconsolado en la calle por la derrota del equipo nacional. Su padre es incapaz de consolarlo. Entonces, aparece nuevamente la eminente figura local, con su alta y aristocrática figura destacando sobre el resto. Ve la escena del niño con su padre, y se acerca para decirle unas palabras de consuelo al chico.
-No llores, jovencito. Ya les hemos ganado las dos veces que de verdad importaba. (Stop weeping, you young man. Cause we’ve beaten them the two times that really mattered.)

martes, 24 de junio de 2008

Nosce te ipsum

Qué malo es conocerse. Esta frase, tan socorrida entre los colegas cuando uno anticipa lo que otro va a hacer, encierra una gran verdad. Pero lo malo no es conocer a otro: para mí, eso sólo muestra la fuerza y la confianza que se alcanza con otra persona. Saber lo que piensa un amigo es para mí motivo de satisfacción. Hemos pasado tanto tiempo juntos que puedo anticipar sus reacciones. De alguna manera, comparto su vida al saber que es lo que dirá en tal o cual situación. A mí no me echaría para atrás en una relación saber lo que haría o diría mi pareja. Creo que fue Céline, el personaje de Julie Delpy en Antes del amanecer, la que decía que sólo entonces, sólo cuando pudiera anticipar todas las reacciones de su pareja, sabría que está verdaderamente enamorada. A mí me pasa lo mismo.
No, no es malo conocer a los demás. Lo malo de verdad es conocerse a uno mismo. No porque la vida deje de sorprenderte, sino porque sabes que no puedes evitar ser tu mismo, aunque pongas todo tu empeño. Es como luchar contra molinos de viento. “Lloro porque no puedo dejar de ser quien no quiero ser”, como dice Pedro Maestre. Y es que a veces me gustaría no ser tan previsible, no ser tan apocado e inseguro. Durante unos pocos días lo consigo, pero no tardo en volver a ser yo. Y lo peor es que desde el primer momento sé que va a ser así.
Conociéndome, debería ser capaz de evitar las cosas que me van a hacer daño. Evitar soñar al poco de conocer a una chica e ilusionarme con ella, pensar que con ella va a ser diferente y seguiremos juntos y felices, olvidando que también tiene un pasado y una personalidad. Debería ser capaz de no seguir pensando en ella cuando todo acaba, de no romperme la cabeza con que fue mal cuando yo pensaba que todo iba bien, no leer mil veces ese último mail o evitar entrar en su blog y descubrir que no soy ni una nota al pie de su vida. Pero no soy capaz, me gusta relamerme en el dolor. Y lo sé desde el principio.
¿De qué sirve conocerse uno mismo si no puedes evitar lo peor de ti?


viernes, 20 de junio de 2008

España-Italia... jugaremos como nunca y perderemos como siempre

Mola equivocarse...
Desde el momento en el que Buffon paró el penalty a Mutu, tuve un favorito para ganar esta Eurocopa. Puede que Holanda haya jugado el mejor fútbol hasta ahora, que la defensa italiana no sea la del pasado Mundial, pero en el fútbol hay intangibles que tienen enorme importancia en el resultado final. E Italia y Alemania son los que mejor dominan esos intangibles. Tienen un gen competitivo por encima de la media; sólo Argentina se asemeja a ellos. Pero Argentina no juega en la Eurocopa, Alemania tiene jugadores mediocres a los que sólo la camiseta convierte en mejores de lo que son. Pero Italia no. Aparte de contar con el mejor portero del mundo (Buffon), tienen jugadores de enorme calidad, como Pirlo o De Rossi, con un extraordinario delantero que saca petróleo de donde no hay nada (Toni), gladiadores de raza (Gattuso o Ambrosini) y carrileros capaces de mejorar notablemente sus prestaciones con respecto a su actuación durante todo el año anterior (Grosso y Zambrotta).
Si a todo eso le unimos que España ha pasado de la primera fase con extraordinaria comodidad y ratos de buen fútbol, que parecen convertirla en una de las aspirantes; y que Italia se ha clasificado, otra vez, con más pena que gloria; y de repente recordamos que hace 88 años que no ganamos a los transalpinos en un partido oficial. Entonces, no hay duda, jugaremos como nunca y perderemos como siempre. Lo más normal sería que España jugara bien, creando alguna ocasión (nunca demasiadas), que al final Buffon se encargaría de deshacer. Y entonces, en el último minuto, un ataque que parece inofensivo, acabaría en un remate con la espinilla de Toni que Casillas se tragaría. O puede pasar como hace dos años y que Italia nos de un baño. Pero lo que es seguro es que serán los azzurri los que pasarán a la semifinal. Es ley de vida, como la gravedad.
Lástima que éstas no jueguen. Seguro que harían mejor papel que la actual selección. Por lo menos, disfrutaríamos mucho más...

miércoles, 18 de junio de 2008

Un día de lluvia


Frente a la mayoría, yo prefiero los días de lluvia a los soleados. No somos pocos los que pensamos así, aunque es verdad que sumamos una vergonzosa minoría frente a los que disfrutan más con los rayos de sol.
No sé muy bien de donde viene esta preferencia. Soy perfectamente consciente de la belleza de un buen día de sol, que te invita a salir de casa y pasear, tomar algo en una terraza y tumbarte en un parque mientras cierras los ojos. Te pones moreno, que es algo muy apreciado hoy en día. En general, tendemos a estar más contentos cuando el sol ilumina los días.
Aún así, yo prefiero un día lluvioso. Para mí la lluvia significa vida. Sentir que el agua te va empapando, te da en la cara y te refresca es una sensación mucho más bonita que el sol achicharrándote. Siento como si me estuvieran regando, como si hubiera alguien que cada día se acuerda de mí y me trata con amor y cariño.
Muchos no ven la belleza de un día de lluvia. Quizá porque va más allá de la belleza obvia del sol, ofrece cosas que hay que decidir disfrutar, saber aprovecharlas cuando te son ofrecidas. Un día de lluvia es como la Academia: “limpia, fija y da esplendor”. Todos los lugares son más bonitos después de que haya llovido. Más limpios, más brillantes, con otra cara. El resultado son días más frescos y agradables, con los parques rebosantes de vida y vitalidad.
Da gusto salir a la calle si llueve. Y no es excusa que no te guste mojarte: coge un paraguas y un abrigo y ya está, problema resuelto. Como la gente no sabe apreciar esos días, se queda en casa o busca inmediatamente un bar en el que refugiarse. Así que las calles están libres de la fauna que todos los días las convierten en lugares intransitables, y disfrutas tú solo de ellas, a tus anchas, sin gente que te empuje o moleste. Es una de las pocas veces en las que disfruto de un paseo de verdad.
El día que llueve es como volver a lo mejor de la infancia. A mí me entran ganas de jugar, de saltar sobre los charcos y mojar a los demás, de correr y dar patadas al agua, mientras las gotas me dan de lleno en la cara. Me gusta empaparme y volver a casa chapoteando, agotado después de haber estado corriendo hasta que el corazón parecía que iba a salirse del pecho.
En un día de lluvia, yo me siento más vivo.

lunes, 16 de junio de 2008

Feria del Libro


Ayer terminó la Feria del Libro. Durante dos semanas, la gente ha abarrotado las casetas del Retiro y por una vez se han dejado el dinero en libros. Yo me alegro no porque me importe la cultura de la gente (no todos los libros son cultura y cada uno hace lo que quiere con su tiempo y su dinero), sino porque curro en una editorial y que la gente compre libros me beneficia.
Lo que más gracia me hace son los cálculos que se hacen al finalizar la Feria. Los económicos, me gusten o no, sean positivos o negativos, son hechos, fríos datos que no conocen intenciones. Otra cosa es que, probablemente, se inflen. Pero eso ya no es culpa de los pobres números.
En cambio, yo me pregunto como demonios son capaces de calcular el número de visitantes que recibe la Feria. ¿2.000.000 de personas (o así) en dos semanas? Primero, lo dudo. Y segundo, ¿quién demonios calcula eso? ¿Se pone alguien en el Paseo de Coches y se pone a contar? ¿Y si se ha dejado alguno o resulta que donde llevaba diez era sólo uno y ha metido un cero de más? Quizá lo calculan a ojo: “Este año veo mucho bulto. Venga, ¿cuáles fueron las cifras del año pasado? Pues dóblalo oye.” Al fin y al cabo, en todo lo que rodea a los libros hay mucha inventiva (que no imaginación). Conozco editores que presumen de vender 50.000 libros cuando en realidad no llegan a 10.000. Claro, son listos, saben que somos tan idiotas que compramos sólo porque hay muchos otros que lo han comprado también. La pregunta es: el primero, ¿por qué lo compró?

martes, 10 de junio de 2008

Y parece que fue ayer

Hoy hace cuatro años el avión despegaba por última vez del aeropuerto. Se acababa la etapa más intensa de mi vida, donde más aprendí y sentí. Liverpool se volvía cada vez más pequeño y lejano a medida que cogíamos velocidad, y ni tan siquiera la compañía de Alexandra a mi lado podía mitigar la tristeza que sentí.
Lamentablemente, durante años he vivido cohibido por el recuerdo de aquellos días, sin darme cuenta de que mi vida seguía y podía encontrar en cualquier parte lo que ahí había encontrado. Hoy, por fin, empiezo a vivir no con la mirada fija en el pasado, sino a partir de lo que aprendí, para seguir siendo feliz y experimentar nuevas cosas. Hoy me abro como entonces lo hice, y descubro que el mundo es mucho más amplio de lo que pensaba. Pero no olvidaré que todo empezó en aquello días de Liverpool, que haca hoy cuatro años terminaron.

«Liverpool 10.06.04 03:45 a.m.
Bueno cariño,

Ya ha llegado ese momento que tanto miedo nos daba pensar, pero creo que pese a la parte tan triste que tiene, hay algo que no nos podemos negar, y es que me encanta pensar la cantidad de cosas que nos llevamos (una maleta llena de tantos y tantos momentos, creo que tendremos que pagar bastante por exceso de equipaje en Easyjet). Como siempre digo, podemos considerarnos afortunados por habar podido vivir una experiencia así, debería ser una asignatura obligatoria en la carrera de la vida, hemos aprendido tanto... de la vida, de otras culturas, de nuestra propia cultura, pero sobre todo de nosotros mismos, y eso es algo que no tiene precio, ya que no nos lo puede quitar nadie.
Por esos momentos tan alegres, por esos no tan alegres, por esos momentos de risas, por esos de lágrimas, por esos filosóficos, por esas fiestas, por esas noches en el Cavern, por esas noches en el Scream, por esas sesiones de cine, por esos cafés (coca-cola para ti), por las canciones de Álex Ubago en momentos de depresión, por los sobres de pasta del Lidl, por el 3º C, por la gente de la Borden, por la gente de St Andrews, por la gente de Liverpool, por todos esos momentos que me has escuchado y me has ofrecido tu hombro para llorar, por mi forma de bailar, por el April’s fool, por el bar cutre donde trabajo, por esos momentos de viciada a la “play”, por todo el apoyo que me has dado, por lo mucho que vales, ... y por mil y un momentos más que podría escribir siempre vas a estar en un lugar muy especial en mi corazón, y eso no va a cambiar. Cuando miremos atrás y nos acordemos de Liverpool ‘03-’04 lo haremos con una sonrisa, pese a que hoy las lágrimas te impidan ver el sol. Así que quedate con esta frase que Maider me dijo un día:

DON’T CRY BECUASE IT’S OVER,
SMILE BECAUSE IT HAPPENED

No tengo palabras más grandes, y me da la sensación de que todo lo que pueda poner se queda corto al expresar lo que significas para mí, así que espero que esto se aproxime...
TE QUIERO
Para siempre,
Mamen.»

viernes, 6 de junio de 2008

Mi pequeño homenaje a Goran Petrovic

Un día abrí un libro, y descubrí un mundo diferente, más luminoso y real. Las palabras se deslizaron suavemente por mis ojos experimentando una metamorfosis. Ya no eran simples manchas de tinta a las que yo daba un significado, sino que pasaron a tomar vida, a ofrecer algo más allá de su inicial capacidad. Se hicieron auténticos cuerpos vivos, sugerencias de una nueva existencia, más real que la que ya tenía, donde vivir todo lo que jamás habría soñado experimentar. Y tuve la buena fortuna de leer ese libro, de pasar una noche en vela por saber hasta dónde llegaban los amores y desgracias de sus protagonistas, escuchar sus palabras y promesas, vagar por las casas y jardines que habitaban, contemplando como olvidaban las palabras que antes pronunciaban.
Y desde entonces sólo quiero vivir en casas que no tengan techo, donde poder dibujar, mientras observo las estrellas en mis sueños, un mundo a mi medida. Y abrir un libro en el que perderme y encontrarme, vagar por sus márgenes sin temer los espacios vacíos, conocer a desconocidos. Lecturas que dejen arena allí por donde pasan, desafiar a la razón y perderlo todo por un sueño imposible, por un amor condenado, por una mujer caprichosa y tornadiza.
Quiero sentirme como los protagonistas de ese libro, desgraciado pero vivo, maldito pero afortunado. Amar a toda costa, sin esperanza y en silencio, herido por la realidad. Tener nuevas experiencias para borrar las anteriores, volver a donde nunca fui. Hacer juramentos silenciosos en la oscuridad y cruzar los mares en una balsa acompañado sólo del recuerdo de tu mirada. Y, quizá, atreverme a decir lo que siento antes de que sea demasiado tarde y todo termine.
Así, cuando todo haya pasado y vuelva la vista atrás, pondré mi vida en la balanza y, según de qué lado se incline, podré decir que vida he tenido, sabré si debo sentirme afortunado o desdichado. No importa el resultado, no importa que es lo que pese más, si las lágrimas o las sonrisas, ni tan siquiera que me acompañes o haga tiempo que me hayas olvidado. Lo que de verdad cuenta es el mero acto, el haber vivido las experiencias que me juzgarán como persona. No tener la vida vacía de aquel que, llegado el momento, se vio rico en oro y pobre en sentimientos. Porque aunque el fin sea el mismo, los caminos habrán sido, al final, muy distintos.

domingo, 1 de junio de 2008

un buen día lo tiene cualquiera...

Aburrido, cansado, con dolor de estómago y solo. Vamos, que está siendo un gran día. Hoy estoy algo de bajón, con pocas o ninguna gana de hacer nada. Así que he decidido sacar mi vena más melancólica, escuchar las canciones más tristes que conozco (Burning, Dire Straits y cosas así) y pensar en todo lo que quiero y no tengo. He llegado a hacer alguna estupidez que no ha tenido repercusión al final. Necesitaría hablar con alguien, pero no tengo ganas de llamar. Menos mal que mañana será otro día, tendré mi última clase de francés (lo echaré de menos en dos semanas, seguro) y los días volverán a ser otra vez azules dentro de poco. Y volveré a estar bien hasta que me llegue otro día como hoy.
Quizá sean necesarios días así, para poder valorar como se merecen esos días más alegres. Pensaré en eso el resto del día.

sábado, 24 de mayo de 2008

Un millón de palabras, un millón de besos

El dos de septiembre de … M se sentó a la mesa de su habitación en el hotel N de la capital. Miraba por la ventana tras haber acabado de escribir una carta, mirando sin ver las nubes y los rayos de sol que se colaban por ellas. Pero a él no le interesaba la magnífica vista que se ofrecía desde su habitación, los prodigios que se elevaban desde el suelo, monumento a la voluntad del hombre por controlar la naturaleza. No se fijó en la orgullosa torre que se había inaugurado ese mismo año, el edificio más alto del mundo, presumían con altivez en aquella ciudad. Tampoco el grandioso espectáculo que sucedía en las calles, donde se podían ver los últimos avances que la ciencia humana había alcanzado.
No, nada de eso. Sus ojos no veían a través de la ventana, su cuerpo no sentía si hacía frío o calor. Porque, aunque su cuerpo estaba entre aquellos muros, su mente se encontraba muy lejos de ahí, vagando por el inabarcable mundo de los sueños y las esperanzas. Pensaba en D, a quién dedicaba todas las mañanas sus primeros pensamientos, en desaparecer los dos juntos para siempre, como se habían susurrado el uno al otro una noche de agosto, en el jardín de la mansión del gobernador. Bajó la vista y leyó otra vez la breve misiva que había escrito:
“Querida D: Ya lo tengo todo preparado. Te esperaré mañana a las doce en el parque de A, al lado de la entrada a la cueva de los T. Zarparemos en la misma tarde. Te quiero, M.”
La emoción le había impedido escribir nada más largo, nada más expresivo. Había tenido que aguantarse la muñeca izquierda para poder escribir mínimamente recto. Tenía los nervios a flor de piel, emocionado porque por fin se habían decidido, dejando atrás las vacilaciones y los miedos, todas las dudas que les habían embargado desde que se conocieron, hacía dos meses, en una recepción en casa del embajador.
Dos ligeros golpes en la puerta le devolvieron a la realidad. Dio un brinco en su silla, de tan concentrado que estaba. Abrió la puerta y vio al botones que había solicitado, pero en aquel momento no sabía que hacía ahí.
-¿Qué quieres? –preguntó violentamente.
-Eeeh… -dudó el chico ante la actitud severa de M, temeroso de haberse equivocado de habitación- perdone señor, tenía que subir a su habitación para recoger una carta urgente que el señor deseaba enviar.
Con esas palabras desapareció toda violencia en la actitud de M. ¡Iba a enviar la carta! Ella la leería dentro de poco, ¡y mañana la encontraría en el parque! De un salto llegó a la mesa donde estaba la misiva, la dobló con rapidez y la metió en el sobre. Se la extendió al joven, que miraba sorprendido el cambio de comportamiento de aquel cliente, que hacía unos segundos tenía una actitud tan violenta, y ahora se movía dubitativo por la habitación.
-Aquí tienes, debe llegar hoy mismo, ¿de acuerdo? No debe haber ningún retraso. Ten, toma –dijo con una sonrisa nerviosa, alargándole un billete de 10.

D no pudo leer el mensaje hasta las nueve de la mañana del día siguiente. Acababa de sentarse a desayunar con su padre, cuando entró un criado con el correo que había llegado durante los últimos días, mientras padre e hija se encontraban en el castillo del barón de B. Reconoció la escritura nada más poner sus ojos sobre ella, y abrió la carta agitadamente, con el corazón golpeando fuertemente dentro de su pecho, y, más que leerlas, devoró las breves frases que contenía. Pero fue más que suficiente; nunca tan pocas palabras crearon felicidad tan grande. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Levantó la mirada para ver el reloj del comedor: le quedaban tres horas todavía. Lo que para otros sería un plazo muy breve de tiempo, para ello significaba en ese momento una eternidad. Sentía que no iba a poder esperar tanto porque, ¿para qué posponer lo que se desea con tanta fuerza?
Miró a su padre, la única persona por la sentía lástima marcharse. Le quería con toda la fuerza de sus jóvenes dieciocho años, con toda la fuerza que una hija puede querer a un padre que ha tenido que suplir la ausencia de una madre muerta demasiado pronto. Nunca habían pasado una noche separados, y ahora, cuando lo único que deseaba era irse con M, no pudo evitar un sentimiento de culpa por dejar a su padre para siempre. Por precaución, para que no la retrasara ni la convenciera de dar marcha atrás, ni tan siquiera se iba a despedir en persona de él.
-¿Te encuentras bien, cariño? –le preguntó su padre, sorprendido por la alteración de su hija.
-Sí padre, sólo un poco mareada, nada más.
-Quizá ha hecho algo de frío este fin de semana. Y ya se sabe como son esos viejos castillos, sin el más mínimo adelanto moderno. ¿No deberías quizá subir a acostarte un poco?
-No te preocupes, padre, estoy perfectamente. Quizá luego vaya a dar un paseo al parque de A, no he hecho mucho ejercicio estos días, acompañando a la baronesa todas las tardes al lado de la chimenea.
-Bueno, como tú creas mejor.
D apenas pudo disimular su satisfacción. Ya tenía la excusa para acudir a su cita. Tras un desayuno en el que apenas probó bocado por la emoción que sentía, subió a su habitación, para reunir las pocas pertenencias que iba a llevar consigo. Sólo algunas fotos de sus padres cuando eran jóvenes, la alianza su madre, que no se ponía pero que siempre llevaba con ella, y el colgante que le había regalado M, con las fotos de los dos, y que era lo último que veía cada noche antes de acostarse.

Incapaz de aguantar los nervios en la pequeña habitación del hotel, M llevaba levantado desde las cinco de la mañana. Como siempre, nada más despertarse la vio a ella, toda su belleza y su bondad reflejadas en unos ojos verdes, grandes como un enorme bosque. La emoción por el encuentro le tenía completamente absorbido, una obsesión de los dos que, por fin, se vería realizada, pero que le atenazaba y apenas le había permitido conciliar el sueño. Intentó calmarse, dio vueltas y más vueltas por la habitación, probó a leer algún periódico o algún libro, pero las letras impresas se habían vuelto de repente indescifrables para él.
¡Qué diría su familia si le viera en ese estado! Le habían educado en las prestigiosas instituciones de su tierra, de las que se enorgullecía su país por los hombres templados y dominantes que producían, como todos los que pertenecían a su importante familia. Hombres que nunca dejaban que sus emociones les dominaran, capaces de acallar hasta los más profundos sentimientos. Y ahí estaba él, dando vueltas como un loco en una habitación, suspirando por una mujer, ¡y encima de ese país, una hija de los mayores enemigos de su patria! ¿Podía haber mayor desprestigio para su sangre?
Cuando dieron las diez, empezó a vestirse. Sus manos apenas consiguieron hacer el nudo de la corbata. No lograba introducir el extremo por el agujero correspondiente, quedándose con las dos puntas en las manos. No conseguía decidirse qué traje ponerse, qué camino que debía tomar, o si debía preparar algo que decirle cuando la viera. Dudas que no sabía resolver, en una situación novedosa para él, que siempre se había enorgullecido de su fuerza interior y su capacidad para tomar decisiones rápidas. Ahora sólo podía esbozar una sonrisa estúpida delante del espejo, nervioso porque todavía quedaba una hora para las doce. ¡Una hora! ¿Y todavía estaba así? Con rapidez, cogió lo primero que encontró, se lo puso de cualquier manera, anudó la corbata a su cuello sin pararse a mirar si estaba bien o mal y salió de la habitación, temeroso de no encontrar un coche que le llevara hasta el parque.
Llegó con casi veinte minutos de anticipación, con la secreta esperanza de que D estuviera ya esperándolo. Con una sonrisa se rió de su vana esperanza. «¡Tonto!, ¿cómo puedes ser tan ingenuo?», se dijo a sí mismo. Se dispuso a esperar, tranquilo por fin. No tenía ninguna duda de que ella acudiría a su cita, seguro como estaba del amor de las palabras que ella le había dirigido, de la pasión que se reflejaba en las miradas que le dedicaba. Esos sentimientos, se dijo, no se pueden fingir. O, al menos, todavía no a su edad.
Con una sonrisa esperó de pie a la entrada de la cueva, con un cigarro en la mano del que no se acordaba después de haberlo chupado una vez. Miraba a la gente que pasaba a su lado, sonriendo por dentro, comparando la extraordinaria vida que se auguraba a sí mismo al lado de D, frente a las grises vidas del resto, pobre gente que jamás experimentaría la dicha que él iba a conocer. Su imaginación le llevó por tierras que desconocía, con gente que no sabía ni tan siquiera si existían, siempre con ella a su lado.
Embarcado en estos alegres pensamientos, no se percató de que habían pasado ya más de diez minutos sobre la hora convenida. Sin darse cuenta miró su reloj, y se extrañó al ver que su amada se retrasaba. Pero, con ese optimismo que sólo la juventud y la falta de experiencia pueden dar, se dijo que no había nada que temer. ¿Dónde se había visto que una mujer no hiciera esperar a su amante? Sin duda llegaría dentro de poco, sin percatarse de su retraso.
A medida que avanzaban las agujas de su reloj, M fue perdiendo su optimismo, su convencimiento de que llegaría en cualquier momento. Su fresco rostro empezó a sudar, su sonrisa dio pasó a la duda, y la duda se convirtió en terrible desazón cuando comprobó, desolado, que ya era la una y no había ni rastro de D. ¿Por qué no se había presentado?, se preguntaba angustiado a sí mismo. Miles de explicaciones atormentaron su mente, a cada cual más dolorosa: desde que había muerto durante la noche, hasta que se había olvidado de él. Trató de serenarse y rechazar esos negros presentimientos. Debía haber (¡tenía que haberla!) alguna razón lógica que le había impedido llegar, algo o alguien que no le hubiera dejado acudir todavía. Pero seguro que a lo largo del día aparecería por ahí. «¡Tiene que ser así!», se dijo, tratando de infundirse confianza.
Dos horas trascurrieron, pero no apareció nadie. El rostro de M, tras aquella larga espera, sorprendió o asustó a los transeúntes que pasaban delante suyo. Hubo uno, médico, que se acercó a preguntarle si se encontraba bien, pues tenía un color preocupante en la cara. M apenas acertó a mirarle a los ojos y balbucear una respuesta. «No, gracias», dijo, «no hay nada que usted pueda hacer por mí. Ella no ha venido».

En el reloj marcaban las once y diez cuando alguien llamó a la puerta de abajo. D apenas prestó atención, como tampoco lo hizo al ruido que hizo la puerta al abrirse o al mayordomo saludando a los visitantes y llamando a su señor. Tampoco llegó a enterarse de cuando llamaron a su puerta una vez, y sólo se dio cuenta cuando volvieron a llamar con suavidad.
-¿Sí?
-Cariño, han venido a visitarnos los duques de W. ¿Quieres bajar un momento para hablar con la duquesa?
-Me encantaría, padre, pero es que había pensado en dar ese paseo que te había dicho. Siento que necesito salir, me siento un poco apretada en casa.
-Claro que sí cariño, pero ¿no podrías pasear por el jardín con la duquesa? Tengo que tratar asuntos con su marido.
D, que desde hacía dos años venía ejerciendo las funciones de señora de la casa a la hora de recibir a las visitas, no supo cómo salir de esa situación, y tuvo que acabar aceptando la proposición de su padre, a quién nunca había podido negar nada. No pensaba estar mucho tiempo con la duquesa, poniendo cualquier excusa para deshacerse de ella y poder llegar a tiempo al parque.
La duquesa era una mujer mayor, muy orgullosa y plenamente consciente de su importancia social. Estirada, trataba a J con displicencia, deseando dejar claras las diferencias de clase existentes entre ellos, a pesar de la fortuna que el padre de D había acumulado con sus negocios. Pero D apenas le prestaba atención, atenta como estaba al tiempo que pasaba, y pensando en que excusa poner a la anciana dama para escapar.
-Ay, señora, ¡cuánto lo siento! –exclamó a las doce menos diez- Pero me acabo de acordar de que tengo que acudir al hospital de … para ayudar a las monjas. Me comprometí a ir al menos una vez a la semana y habían solicitado mi asistencia para hoy.
-¿Y no podrías esperar un poco, niña? –preguntó la duquesa con una mueca en su cara.
-De verdad que no, señora. La semana pasada no pude acudir y esta vez no quiero faltar.
-En fin, viendo qué eso es lo importante para ti no te impediré que vayas. Aunque quizá tu padre tenga algo importante que decirte.
-Gracias, señora duquesa –respondió rápidamente D, sin prestar atención a las palabras de la duquesa.
Rápidamente subió a su habitación para recoger las escasas pertenencias que quería llevar y salió con el corazón palpitando con fuerza nuevamente, temerosa de llegar tarde pero feliz porque, por fin, se iba a hacer realidad aquello con lo que soñaba.
A punto de salir, se abrieron las puertas del estudio de su padre, de donde salía sonriendo con el duque detrás suyo.
-¿A dónde vas, cariño? –le preguntó solícito su padre.
-Al hospital padre, se me había olvidado por completo que había quedado con las monjas esta mañana –respondió mientras se ponía el sombrero.
-Eso puede esperar, hija. Mira, tenemos algo muy importante que decirte.
-¿Y no me lo puedes decir luego? –le rogó con voz suplicante, temerosa de retrasarse más aún.
-No, hija, tiene que ver contigo y es algo muy importante.
-Bueno, de acuerdo, cuéntame, te escucho padre –dijo, resignada, viéndose obligada a retrasar un poco más el deseado encuentro.
-Verás, esta mañana los duques de W han venido a visitarnos porque tenían que hacernos una proposición. Hemos estado discutiendo los detalles del asunto y hemos concluido que son muy favorables para las dos familias, y ya hemos cerrado todos los aspectos, aunque sólo falta un detalle.
-Me alegro mucho padre, es una gran noticia para todos –dijo D, fingiendo una alegría que en realidad no sentía.
-Verás, sólo queda, como te digo un pequeño asunto, que yo creo que no representará ningún problema.
-¿Y cuál es, padre?
-Hija, el primogénito de los duques solicita tu mano en matrimonio. Yo ya he dado mi bendición al enlace, ahora sólo queda que tú consientas en que esta unión tenga lugar.

A las once de la noche, un guardia informó a M que debía abandonar el parque, ya que iban a proceder a su cierre. Como si fuera un sonámbulo llegó hasta su hotel, pagó su habitación tras pasar veinte silenciosos minutos dentro de ella, y, sin recoger ninguna de sus pertenencias, desapareció entre las sombras de las estrechas calles que llevaban hasta lugares que poca gente conocía. Cuando, con las primeras luces del día, entraron los empleados del hotel para preparar la estancia para un nuevo cliente, limpiaron, sin saberlo, las invisibles muestras de amor que M derramó por D en aquellos veinte silenciosos minutos.

Con la falda recogida entre las manos, corría D la distancia que separaba su casa del hotel en el que se hospedaba M. Angustiada, se imaginaba la mirada que le dirigiría, sus orgullosos ojos clavándose en ella, mostrándole con toda la crudeza posible el terrible pecado que había cometido con su ausencia el día anterior. Sólo esperaba poder convencerle, que entendiera las razones de su retraso: la oferta de matrimonio y su rechazo; la sorprendida reacción de su padre y el posterior enfrentamiento, que sólo acabó con el infarto que sufrió su progenitor. Y que ella no podía dejarlo así, no podía irse para siempre, bien lejos, sabiendo que había sido por su culpa que él quedaba en ese preocupante estado. Lo que había sufrido durante toda la noche, pensando en el daño que había causado a los dos seres que más quería, a M y su padre, era algo que había estado a punto de matarla. Sólo cuando el médico le aseguró que su padre se encontraba mejor y que requería reposo absoluto, se atrevió a buscar a su amado, esperando encontrarlo para suplicarle que la comprendiera.
Jadeante, llegó hasta el mostrador de recepción del hotel N, para preguntar inmediatamente por el señor M, que se hospedaba en una de sus habitaciones.
-Efectivamente, señorita –le contestó el empleado-, el señor M tenía una habitación en este hotel. Pero, según indica el libro, se marchó esta madrugada tras satisfacer el pago de la cuenta.
-¿Y no ha dejado señas de a donde se dirigía?
-Pues -respondió el recepcionista, sorprendido por la ansiedad que se podía apreciar en la voz y el rostro de esa joven- mucho me temo, señorita, que no, ninguna indicación de donde pensaba dirigirse.

No volvieron a verse hasta pasados 42 años, 7 meses, dos semanas y 3 días, en el hospital benéfico de … Durante todo aquel tiempo separados, no hubo una sola mañana en la que D no fuera el primer pensamiento de M, ni una sola noche en la que los ojos de ella no vieran el rostro de él antes de acostarse. Cada uno susurró en sus sueños y pesadillas el nombre del otro innumerables veces, y todos los días recordaban aquel dos de septiembre con los ojos cerrados y los puños apretados, como si creyeran que de esa manera iban a poder volver atrás en el tiempo o deshacerse del profundo peso que les oprimía dentro.
Cuando se reencontraron, M ya no era el orgulloso heredero de una de los más importantes linajes de su tierra. Tras vagar durante un tiempo por varios países, acabó volviendo a su casa. Allí, sorprendió a todos los que le conocían por el cambio que había experimentado desde su marcha: la vitalidad y fuerza que antes derrochaba se había convertido en una mustia apatía, en un profundo silencio del que no lograron sacarlo ni sus amigos ni ninguna de las aficiones con las que antes disfrutaba. Sólo el estallido de la guerra entre los dos países consiguió sacarlo de su silencio. Llamado a filas, contestó con rapidez, dispuesto a dirigir un batallón en el frente. Durante meses, se lanzó a la batalla con el único pensamiento de lograr que una bala enemiga atravesará su pecho y le permitiera olvidarse de todo lo que había pasado, de ese amor fracasado que le pesaba como si de un nuevo Atlas se trataba. Hasta que, un día, una bomba estalló cerca de él. Antes de perder el conocimiento, M pensó en D, y una lágrima recorrió su rostro por última vez.
Despertó tres días más tarde, en un abarrotado e infectado hospital militar, en una de las innumerables camas que formaban largas hileras, ocupando cada palmo de suelo con la misma avidez con la que se busca agua en el desierto. Intentó moverse, levantarse o llamar a una enfermera, y fue entonces cuando escubrió que había perdido la pierna izquierda por completo. Pasó ahí muchos días, intentando recuperarse de la gravedad de sus heridas. Durante su convalecencia, le fueron llegando tristes noticias como un continuo goteo: primero su padre, luego su madre, y finalmente su hermana, fallecieron durante aquellos largos y duros meses en los que se decidía la suerte de la contienda. Finalmente, la guerra llegó a su fin, y para M comenzó un largo vagar por el desierto: la derrota de su país conllevó la pérdida de todas las tierras que constituían el patrimonio de su familia. Sólo, mutilado, únicamente recibió el silencio de su país, un pueblo que le daba la espalda avergonzado de ese antiguo combatiente que no hacía otra cosa que recordar a todo el mundo la vergüenza de la derrota. Malvivió durante años, sobreviviendo sólo gracias a la reducida pensión que recibía como mutilado de guerra, hasta que, sintiendo que su final se acercaba, decidió volver allí donde había dejado todas las esperanzas de su vida.
La vida de D como duquesa de W no fue mucho más feliz. Durante semanas estuvo buscando a M, agarrándose a cualquier resquicio de esperanza, a la vez que temía por la vida de su padre, obligado a guardar cama desde aquel desgraciado día. Finalmente, seis semanas después, su padre exhaló su último suspiro, y todas las esperanzas de D desaparecieron con él. Incapaz de ofrecer más resistencia, acabó aceptando la oferta de boda que le ofrecían los duques.
A lo largo de su matrimonio apenas conoció otra cosa que no fuera el desprecio de su aristocrático marido por su origen burgués, a pesar de que el dinero que ella aportó fue lo que permitió a su familia mantener todo el patrimonio familiar. Tampoco sus hijos resultaron una gran alegría: el mayor fue el único rayo de luz de aquellos años, un muchachito que le recordaba a M, como si su amor por él se hubiera proyectado en el pequeño. Era su salvavidas para los desprecios de su marido y la decepción de su segundo hijo, el vivo retrato del duque, despreciativo y colérico. Por ello, su desdicha fue mayor el día en el que su primogénito murió al sufrir una mala caída del caballo que su padre le acababa de comprar. Tras aquel funesto episodio, incapaz de aguantar un solo día más, se refugió en el hospital de … para ayudar a las monjas con los enfermos que atendían, sin salir siquiera para acudir al entierro de su marido o a la boda de su segundo hijo.
Fue en una de las habitaciones de ese hospital donde se encontraron, en la que acomodaron a M poco después de llegar al país, cuando una de las monjas lo encontró en el parque de A, justo al lado de la entrada a la cueva de los T, aterido por el frío, con una larga y sucia barba, pidiendo unas monedas para poder comprar algo para comer. Las monjas lo trasladaron al hospital y pidieron a D encargarse de aquel silencioso extranjero, ya que ellas estaban demasiado atareadas con el resto de pacientes y ella era la única que hablaba su idioma.
Ninguno de los dos reconoció al otro, incapaces de ver en las arrugas y los golpes de la vida los ojos que en el pasado se cruzaron con tanto ardor. Durante semanas, apenas se dijeron unas pocas palabras, siempre en la lengua de M, ya que éste no descubrió que conocía la del país. Los dos se habían convertido, con los años, en personas silenciosas, sumidas en las oscuras profundidades de su pasado, indiferentes al resto del mundo, recordando el momento en el que todas las promesas de su vida se vieron truncadas.
Un día, sin embargo, se rompió esa rutina. M estaba mirando por la ventana cuando entró D para llevar a cabo la primera visita del día. Tras tomar la temperatura del enfermo y recoger un par de prendas para llevarlas a lavar, se disponía ya a cerrar la puerta cuando M pronunció sus primeras palabras en la lengua de D.
-Ese día amaneció igual. El sol salió con mayor rapidez que de costumbre, y se quedó ahí arriba, en lo más alto, hasta que, de repente, anocheció.
-¿Habla mi idioma? –respondió D, tras un instante de sorpresa al oírle hablar en su lengua.
-Perfectamente señora, lo aprendí en mi juventud y tuve la fortuna de practicarlo durante una breve temporada aquí.
-¿Y por qué no lo dijo antes? Habría podido recibir atenciones de mejores enfermeras que yo.
-No hacía falta, usted lo ha hecho perfectamente. Además, no sé porque, pero me gusta su presencia.
A partir de este breve diálogo, las relación entre los dos empezó a crecer. Cada mañana, D pasaba más tiempo con M, disfrutando de la amable conversación de aquel extranjero que hablaba con tanta dulzura. Algunas veces sus ojos se ensombrecían y su voz se oscurecía, pero en general tenía buena disposición, algo que no dejaba de sorprenderla al verle en la condición en que se encontraba. Sin que ellos lo supieran, cada uno fue abriendo su corazón al otro, como hacía tantos años antes. Como entonces, lo importante no eran las conversaciones en sí mismas, sino el tono, los silencios, la atención con que cada uno escuchaba al otro. Hablaban de cosas tan cotidianas y banales como la noche que habían pasado o los gustos culinarios que tenían, recuperando, inconscientemente, los años perdidos.
Hasta que un día, D abrió la ventana de la habitación de M y, tras las primeras palabras, él comenzó a contarle su historia de amor de juventud. El paso de los años y la distorsionada visión de cada uno de ellos impidió que D descubriera quién era aquella joven de la que el enfermo hablaba con ese brillo en los ojos y esa pasión en las palabras. Apenas le interrumpió, encandilada en la belleza de los sentimientos que le describía. Le sonaban algún que otro detalle, pero estaba segura de que eso era simplemente debido a que, al final, todas las historias de amor se parecen.
Sólo cuando le describió el colgante con las dos fotos que él le regaló, ella supo descubrir la identidad de M. La sorpresa de la revelación le impidió otra reacción que no fuera llevarse la mano al pecho donde, oculta tras la ropa, mantenía ese recuerdo año tras año. Inmediatamente, reconoció tras las arrugas los rasgos de su viejo amor, tras la voz grave las vibraciones que años antes la habían enamorado, tras las llagas las manos que un día la poseyeron. Quiso descubrirle quién era, pero quería disfrutar un rato más de aquel momento, de aquel instante mágico tanto tiempo deseado y que, finalmente, se le había concedido. D iba reviviendo todos aquellos momentos casi olvidados por el tiempo, desde el momento en el que se conocieron a la emoción del primer beso. Lo sintió todo con tanta fuerza que le parecía que volvía a estar en ese lejano pasado. Cerró los ojos, mientras se sumergía en los breves días de su juventud siguiendo la narración.
De repente esta se paró durante un instante, y desde el momento que M retomó su historia, D supo que no se detenía en los días felices, sino que continuaba, entrando en la desesperación y el dolor que siguieron. Volvió a abrir los ojos, y de la misma manera que la frialdad sustituyó al calor en la voz, el brillo de la mirada dio paso a la más profunda oscuridad. Quieta en el sillón, D escuchó el fin de la historia, aturdida por el sufrimiento que vio reflejado en ella, sin saber si revelarle o no su identidad por temor a la reacción que pudiera tener.
Durante días, no se atrevió a volver a entrar en la habitación, a pesar de que las monjas que la sustituían le decían que todas las mañanas el enfermo preguntaba por ella. Cada vez más desesperada, pidió unos días descanso para poder pensar lejos del hospital y de su presencia. Durante una semana dio largos paseos por el parque de A, deteniéndose en el mismo lugar en el que durante todo un día él la estuvo esperando. Sintió las esperanzas y los temores de aquel lejano dos de septiembre, sin saber cuál era la decisión correcta, si descubrir la verdad o mantener la situación. Ella deseaba con todas sus fuerzas contárselo todo, desnudar su corazón y decirle cuanto le había echado de menos, cuanto le había añorado y esperado. Pero, ¿cómo reaccionaría él? Los sentimientos que vio en sus ojos mientras oía como la esperó todo el día, el triste regreso a su casa y la desgraciada vida que había llevado, le hacían temer que la rechazara. Y además, ¿qué podían hacer ya los dos, viejos y desgraciados cómo eran? No había ninguna posibilidad de arreglar lo que había ocurrido, y si le decía la verdad seguramente sólo conseguiría aumentar su dolor.
Con esa decisión, se levantó del banco del parque en el que llevaba sentada todo el día, dispuesta a volver al hospital al día siguiente, manteniendo su secreto sólo para sí. Pero entonces, caminando por una de las avenidas del parque para salir y dirigirse al hospital, vio a una joven pareja de enamorados. No hacían nada especial, sólo pasear juntos, pero no pudo evitar fijarse en ellos y, quién sabe por qué, verse reflejada en esa pareja, en todos sus sueños y sus esperanzas, las mismas que ella tuvo tanto tiempo atrás, compartidas con M. Y en ese mismo instante cambió de opinión. Decidió que debía arriesgarse y aprovechar esa segunda oportunidad que le presentaba la vida, hacer caso de su corazón y no de su cabeza, rendirse a los sentimientos que luchaban por salir.
Tras recorrer todo lo rápido que su edad le permitía la distancia entre el parque y el hospital, entró dispuesta a declararse en ese mismo momento, ansiosa por conocer la respuesta. Se sintió temblorosa y tímida, como una jovencita que va a recibir su primer beso. Notó como se sonrojaba mientas avanzaba por los pasillos en dirección a la habitación de M, cuando chocó con una de las monjas encargadas del hospital.
-Ah, es usted. Buenas noches querida, ¿se ha enterado ya? -dijo la religiosa.
-Buenas noches, madre. ¿Enterarme de qué?
-Es ese paciente extranjero suyo, ése con el que últimamente ha pasado tanto tiempo. Desgraciadamente, ha fallecido hace poco menos de una hora.