martes, 21 de septiembre de 2010

La extrema derecha en Europa

Todo empezó hace poco más de diez años en Austria: la extrema derecha liderada por Jorg Haider se convertía en una de las fuerzas políticas más importantes del país, formando gobierno en coalición con el partido conservador.
Dos años después, Le Pen, el histórico líder de la extrema derecha francesa, conseguía llegar a la segunda vuelta en las presidenciales francesas, apeando al socialista Lionel Jospin. Y aunque perdió abultadamente, recibió casi el 20% de los votos en aquella segunda vuelta, una cifra notable que se trató de olvidar rápidamente.
Y ahora ha sido Suecia, la socialista y avanzada Suecia, la tolerante, la patria del mítico Olaf Palme, la que da lugar al sonrojo europeo, con la aparición, en el Parlamento nacional, de la extrema derecha con nada menos que 20 diputados.
Cada vez que esto ocurre, los medios nos cuentan que una ola de vergüenza recorre todo el Viejo Continente, que los viejos errores que nos llevaron a la mayor tragedia de nuestra historia se repiten. Pero nunca, nunca, se preguntan porque pasa esto. Si estos grupos son tan terribles como dicen, habría que preguntarse que ocurre en nuestras sociedades, con altos niveles educativos y de protección social (y todavía mayores en los países en los que está ocurriendo, como Austria, Suecia, Holanda o Francia).
Porque, cuando surgió y triunfó la extrema-derecha en la Europa de entreguerras, triunfó principalmente por la crisis política y económica. Pongamos como botón de muestra Alemania: al principio de los años 20, los nazis eran un grupo en auge, si bien todavía localizado, que fracasó en 1923 a la hora de intentar dar un golpe de estado. Después, entre 1925 y 1930, la recuperación económica hizo que el número de sus votantes descendiera hasta convertirse en un grupúsculo, recuperándose sólo a partir de la crisis económica y política que desencadenó el crack del 29.
La situación es distinta en la actualidad. Muchos de los países en los que ha aumentado la extrema-derecha son ricos, ofrecen numerosas ayudas y servicios a sus ciudadanos, buena educación y sanidad, también seguridad. Entonces, ¿cómo se explica el auge de la nueva extrema-derecha?
Evidentemente, no tengo mucha idea. Si lo supiera, estaría en todas las tertulias de la televisión explicando, con autoridad, porque ocurre. Pero, por ejemplo, en España conozco a gente (no demasiada, cierto, pero son unos cuantos) que es de clase baja, trabajadores que tienen que madrugar y con dificultades para llegar a fin de mes. Estos reciben poca o ninguna ayuda pública. Y es gente que convive día a día con inmigrantes, con los conflictos que eso provoca, por el roce entre culturas y mentalidades distintas. Son ellos los que viven el día a día de lo que significa realmente la multiculturalidad, con todos sus conflictos. Y cabría preguntarse porque ellos no están tan contentos y hacen caso a los mensajes de la extrema-derecha. Quizá sienten que su propio país no les presta la atención que merecen, atención que sí reciben otros colectivos.
Por eso, en vez de lanzarnos a criticar, a despotricar de esos partidos, debemos preguntarnos porque se les vota, si algunas de sus reclamaciones son válidas, si no deberíamos ser más exigentes con los inmigrantes que vienen a nuestros países. En juego está el sistema al que hemos llegado tras siglos de injusticias y privilegios.