viernes, 4 de diciembre de 2009

Fernando Martín. Veinte años no son nada...


Apenas me acuerdo de él. Tengo (o creo tener) recuerdos de cuando jugaba, de saber que estaba ahí, liderando al equipo, mi equipo, aunque nunca le hubiera visto en directo. Pero no alcanzo a recordar ninguna jugada, ninguna imagen de él.
Fernando Martín se marchó hace veinte años y un día, por un accidente de tráfico en la M-30. Como siempre en España, fue criticado en vida, elevado a los altares tras su muerte, obviando que ésta la causó su conducción criminal, además de las secuelas del pobre desconocido que se llevó por delante. Si son ciertas las informaciones que he oído, hoy esta persona va en silla de ruedas. Pero eso mancha la imagen del mito, así que se silencia.
De Fernando Martín siempre se dice que fue un pionero, un gigante en un mundo de enanos. Porque enanos eran todos los jugadores de baloncesto que no estaban en EEUU, aunque midieran 2,13, como Romay. Pero la NBA era, no un mundo aparte, sino un universo distinto, donde los mejores competían entre sí. Para hacernos una idea, la NBA era como Inglaterra o España en fútbol de clubes, mientras que Europa sería algo así como las ligas chilenas o colombianas. Con algún buen jugador o equipo, sí, pero incapaces siquiera ante uno de los meritorios, no digamos ante los grandes de verdad.
Pero Martín (nunca una tilde fue tan importante) consiguió lo imposible, jugar ahí. El segundo jugador que, sin pasar por el sistema americano, la univerdad, conseguía hacerse un hueco en la NBA (en la de verdad, donde competían los dioses, no este pseudoespectáculo de ahora). Cierto que, en términos competitivos, su fracaso fue mayúsculo: apenas consiguió jugar unos pocos minutos. Dicen que si el equipo no era el adecuado, que si el entrenador no se atrevía a jugársela con un blanco europeo más novato incluso que él mismo (era su primer año como head coach de un equipo), y posiblemente tengan razón. Pero, por lo que oigo, era imposible que triunfara. Demasiado pequeño para jugar de 5, como hacía en Europa, demasiado limitado tecnicamente como para jugar de 4, como le convenía a sus condiciones físicas en la NBA, una temporada fue lo que aguantó como agitatoallas en América. Pero el mérito de los pioneros nunca ha consistido en triunfar, sino en tener los arrestos necesarios para hacer lo que a todos los demás nos da miedo. Es mucho más fácil seguir el camino abierto por otro y triunfar que iniciarlo.
Su fracaso al hacer las Américas se debe a que lo que hizo grande a Fernando Martín no fue su técnica ni su físico. Imposible, ya que empezó a jugar al baloncesto a los 15 años, lo que, desde mi perspectiva, hace imposible que alguien conozca de verdad un deporte. Para eso, hay que mamarlo desde pequeño, amarlo, sufrirlo, jugar en el patio del colegio, en la calle, llorar y reír por él. Y eso Fernando no lo hizo con el baloncesto. Y aunque era tremendamente fuerte, no era su físico lo que le hizo ser grande, 2,05 para un pívot nunca es suficiente.
No, lo que le hizo grande fue su coraje, sus ansias de competir y ganar. Esa frase que pronunció en 1989, en la final ante el Barcelona, esa "¡No me he levantado de la cama para perder!", es la que mejor refleja su orgullo y su carácter. Es lo que tienen los pioneros, carácter, resistencia, egoísmo si se quiere, pero sin ellos el mundo estaría estancado.
Por eso, hoy, veinte años y un día después de su marcha, su recuerdo todavía sigue emocionando a tantos, incluso a los que apenas le pudimos admirar. Su leyenda quizá sea más grande que lo que fue en realidad, pero eso lo que ocurre con todos los mitos.