jueves, 29 de abril de 2010

La victoria del fútbol; la victoria de la vida

La vida es un misterio insondable. Intentas ligar con una chica, y por más guapo que vayas, por más simpático que seas, si es que no, intentes lo que intentes, fracasarás; y viceversa, un día vas con cualquier trapo descubierto en el armario y con algo más de barriga por las dos semanas que no has hecho ejercicio, pero da igual, le entras por el ojito derecho a la chica, y sin hacer nada del otro mundo, te descubres despertándote con ella a tu lado.
El fútbol es lo mismo. Hay días que no mereces ganar y, sin saber cómo, goleas al contrario; mientras que en ocasiones, la dichosa pelotita no quiere entrar, aunque trences jugadas que ya quisieran para sí Falçao, Sócrates y Zico. Y es que en la vida, y el fútbol es una pequeña parte de la vida, el mejor no siempre gana.
Y, que queréis que os diga, a mí eso me gusta. Saber que por mucho que seas el mejor, en cualquier momento puedes caer. Que los Oliver Aton y Benji Price pueden ser vencidos por los Bruce Harper.
Porque eso fue lo que ocurrió ayer en el Camp Nou. El Barcelona es, desde el Milán de Sacchi, el equipo que más unánimes y universales alabanzas se ha ganado. Y, sin embargo, fue eliminado por un simple buen equipo, un Inter que supo competir con sus armas, jugando, desde el primer segundo en San Siro, un único partido de 180 minutos, destrozando a la contra y no dejando que el Barcelona hiciera su juego.
Para muchos, fue la victoria del antifútbol. José Sámano, el elegante y elitista redactor de deportes de El País, arremetía menos de una hora después del final del partido contra Mourinho y su éxito. Para Sámano y semejantes, el triunfo de ayer del Inter es el triunfo de lo mezquino, de un equipo grande que se porta como uno pequeño, que rehúye el espectáculo y sólo le importa el resultado, un tótem egoísta que en cualquier momento puede dar la espalda y dejar sin argumentos. “El fútbol es generoso hasta con quién no lo mima”, afirma el periodista; Mourinho y los de su calaña “metabolizan el éxito como una receta contra los complejos, como una vía de provocación , como si precisaran la humillación ajena para la exaltación propia”.
¿Es así el fútbol? ¿Sólo se puede ganar siguiendo el estilo del Barcelona? ¿Merecen semejante desprecio el resto de apuestas? Cualquiera que siga la sección de deportes de El País y se haya rendido a la dictadura del preciosismo que impera en España, pensará que sí. No hay más que ver a España o al Barcelona, su juego atractivo y sus éxitos, para rendirse a la evidencia, y reconocer que son los elegidos, los luminosos faros del fútbol.
Pero si fuera así, el fútbol sería muy limitado: una única forma válida para alzarse por el objetivo común, la victoria. Todas las demás, sólo son dignas de nuestro desprecio. Olvidamos entonces que el fútbol nos pertenece a todos, que todos lo queremos por igual, y que luchamos, cada uno con sus armas, por lo mismo. El Inter (como el Oporto en su momento) no tiene la capacidad para jugar al fútbol como el Barcelona (casi nadie la tiene), pero sí, como se ha visto, de aprovechar 4 contragolpes y luego defender su renta. Y esa son sus armas, quizá menos vistosas que las de los azulgranas, pero igual de legítimas, igual de futboleras. Porque defender hasta el último hombre también es fútbol y también puede ser hermoso; la humildad que refleja, la concentración que se necesita, el compañerismo que exige, no son más que cualidades que exige el fútbol en todo momento, como deporte de equipo que es. Y eso es lo que demostró el Inter. Quizá no tan hermoso a la vista, pero sí igual de eficaz, igual de válida, igual de meritoria. Y quién no sepa reconocerlo, quizá es que nunca ha amado tanto este deporte como para jugar y competir contra los que sabes mejores que tú, pero aún así no te das por vencido y luchas contra ellos. Si eso no es hermoso, no sé que puede serlo.