miércoles, 21 de mayo de 2008

SOLA LISBOA, CASI VIUDAD

Así se quedó la ciudad en 1583, cuando Felipe II la abondonó, prefiriendo los bosques y la meseta castellana a los atardeceres en la ribera del Tajo. Desde entonces se han sucedido varios siglos, pasó la época de las dinastías y de los reyes; pero no cambia: triste, desamparada, buscando aún quién la pueda consolar y remedie su melancolía.
Cada esquina, cada casa, está impregnada de ese aire ensimismado que parece envolver a sus gentes. Como si recordaran siempre otro tiempo, pretérito, que ninguno ha conocido nunca, pero que todos añoran como si lo acabaran de perder. El mismo idioma y la música que cantan, esos fados que rasgan el corazón en cada nota, se adaptan al ritmo que marca Lisboa.
Una ciudad en la que parece que el tiempo se mide de otra manera, al margen del resto del mundo.
Mientras tanto, la Torre de Belem suspira, a la espera de que vuelvan los barcos que traían noticias y riquezas de puntos cada vez más alejados, de nuevas y fascinantes tierras habitadas por animales imposibles y cuyos habitantes hablaban extrañas lenguas. Y el castillo de San Jorge se apresta para la lucha, los cañones están listos para recibir a un enemigo que nunca llega, conquistando todos los espacios un silencio que sólo se rompe por las tristes notas de un fado que se arrastra por el aire.
Sola Lisboa, casi viuda... Quizá esperando a que don Sebastián vuelva y la haga sentirse hermosa de nuevo.

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