viernes, 1 de octubre de 2010

Primarias en Madrid

A la vista de lo que veo (o creo ver) día a día en España, una de nuestras características básicas en presumir de cualidades que, llegado el momento de la verdad, no tenemos. Por ejemplo, en España muchas veces se presume de nuestra cocina y la diera mediterránea, pero resulta que somos uno de los países europeos que más restaurantes de comida rápida tiene. Como una continuación de esto, nos gusta considerarnos antiamericanos (por su política imperialista), pero resulta que somos, nuevamente, uno de los países europeos en el que más triunfa lo que viene de allí, desde el cine, la moda, la comida rápida, la música o la cultura. Y como último botón de muestra, en general nos gusta considerarnos solidarios (palabreja muy de moda desde hace años), pero la tozuda realidad nos muestra, nuevamente, que lo somos más de boquilla, como muestra un reciente estudio.
Por eso, lo que se vende como un ejercicio de democracia interna en el PSOE (las elecciones primarias para elegir candidato a la Comunidad de Madrid) da más sensación de ser una lucha feroz que una contienda entre compañeros por elegir al mejor candidato. Para empezar, parece bastante evidente que nadie quería primarias (ni tan siquiera Zapatero, que ha llegado hasta donde lo ha hecho gracias a ellas), y es algo que se tienen que tragar. Políticos,como Rubalcaba han hecho vergonzosas declaraciones que cualquier dictador podría suscribir. Hoy, un militante socialista apunta en un artículo en El País el problema de hacer unas primarias sin estar preparado para ellas, cuando los candidatos se limitan a rodearse en sus charlas de fieles seguidores. Aquí está una de las claves del asunto, y es que, según denuncia el artículo, los militantes no tienen verdadero interés en conocer a sus candidatos, las alternativas que ofrecen. Si deciden su voto "por simpatías personales o por consideraciones tan imprecisas como imposibles de explicitar", resulta que las primarias son un fraude, porque el voto está decidido de antemano, sin hacer caso de los argumentos de cada candidato, sino de los prejuicios de cada militante. Y es que, en el fondo, cada militante de un partido político tiene un dictador dentro de sí. Pero eso es tema para otro día.

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