martes, 26 de agosto de 2008

Viajes que no concluyen nunca

Acabo de volver del viaje: cansado, con la cámara repleta de fotos, la mochila de ropa por lavar y mi cabeza de recuerdos que nunca me abandonarán. La mayor parte del viaje son buenos recuerdos, aunque falta alguna otra cosa que lamentar. Hay buenas anécdotas, con las que nos hemos reído mucho; algunas no tendrán sentido para quién no las haya vivido, otras provocarán la misma risa que a nosotros.
22 días que parecieron no tener fin mientras duraron; hoy sólo son otro recuerdo, cuya frescura será tamizada poco a poco por nuevas experiencias. Eso es la vida, ¿no? No se puede vivir de una sola experiencia, hay que conocer nuevos mundos, nueva gente, vivir lo que antes temías hacer. Viajar nos hace madurar al exponernos a lo desconocido, nos convierte en seres anónimos de nosotros mismos, y nos lleva a descubrir el reflejo de la persona que habríamos sido en otros lugares.
Ciudades cargadas de arte, de historia, de catedrales y monumentos, museos y maravillosos restos de una gloria pretérita. He paseado por las mismas piedras que se mancharon con la sangre de César; la misma laguna en la que un león protege los restos del evangelista Marcos; me he cobijado bajo la sombra de una torre que inició una caída siglos atrás que todavía no ha concluido; admiré a David reposando tras haber dominado al gigante Goliat; y he reflexionado allí donde Demóstenes demostró que las palabras pueden tener la misma fuerza que las espadas.
Viajar es dejar pedazos de mí allí por donde paso y llevarme una parte de lo que visito.

No hay comentarios: