jueves, 11 de septiembre de 2008

Nicolás Maquiavelo


Resulta hasta cierto punto trágico que un ferviente republicano como Maquiavelo haya pasado a la historia por el más perfecto manual para cualquier aspirante a gobernante autoritario. Si bien El príncipe es su obra más famosa, no es que refleja su pensamiento, mérito que pertenece a Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde muestra su admiración por la República romana y los beneficios que este sistema de gobierno procura.De familia noble pero no rica, las numerosas deudas de su padre hicieron que no creciera en Florencia, sino en pequeños pueblos de la Toscana. Como tantos otros personajes destacados de su tiempo, recibió una sólida formación humanística, lo que le permitió entrar en contacto con la historia y conocimientos de Grecia y Roma. Durante casi dos décadas trabajó al servicio de la restaurada república florentina, tras el gobierno de los Médici y Savonarola, dando muestras de su patriotismo y de sus amplias capacidades. Sin embargo, el regreso al poder de los Médici le privó de sus cargos y fue torturado. Inició entonces un largo peregrinaje, en el que conoció la ruina económica y el desprecio de los grandes, que no quisieron (o no supieron) aprovechar a este personaje. De él se podría decir, de la misma manera que del Cid, “que buen vasallo que fuesse, si tuviesse buen señor”.
La historia le adjudicó una frase que jamás pronunció o escribió: “El fin justifica los medios”. Él nunca dijo nada por el estilo, aunque por su trayectoria vital bien podría haberlo dicho. Vivió en la brillante Italia renacentista, donde las artes y las letras florecieron de la misma manera que lo hicieron el asesinato como arma política y la difamación. Los golpes de la vida fueron los que le llevaron a escribir El príncipe, obra que le daría fama inmortal, si bien al alto coste de ser constantemente criticado, sobre todo por aquellos que después se mostrarían como los más perfectos modelos de ese príncipe que el proponía. ¿Por qué escribió un manual para que un gobernante se mantuviera en el poder indefinidamente, suprimiendo la libertad de sus súbditos? ¿Acaso no se definía como republicano y expresó toda su vida su admiración por la República romana (no por el Imperio)?
Sin duda, pero, al fin y al cabo, era hombre como todos los demás, y la ruina en la que quedó tras caer la república florentina le llevó a ofrecer su obra al nuevo señor que se iba a adueñar de su querida Florencia: un nuevo Lorenzo de Médicis, que había heredado del Magnífico tan sólo el nombre. Despreciado, como aún lo habría de ser en numerosas ocasiones más, tuvo que buscar otros medios con los que sobrevivir.
¿Es tan inmoral su obra más famosa? En absoluto. En ella recomienda al príncipe que cultive el amor y el bienestar de sus súbditos, que son, en última instancia, los mejores garantes de su soberanía. Cuida a tu pueblo y este cuidará de ti, viene a decir. En la Italia renacentista, donde un estado podía pasar por varios regímenes y gobernantes en tan sólo cinco años, esta admonición tiene toda la lógica del mundo: el pueblo volverá, tarde o temprano, a reclamar a aquel con el que fue feliz. Sólo en lo que concierne a las relaciones exteriores muestra esa doblez, esa perfidia que han atacado sus numerosos enemigos. Pero, teniendo en cuenta que se trata de un manual práctico, no de un tratado ético, no podía hacer otra cosa. Él había visto como cumplir la palabra dada había llevado a la ruina a no pocos príncipes, como triunfaban aquellos cuya mano izquierda ignoraba lo que firmaba la diestra, los que presumían de religiosos para beneficiarse con ello. En suma, él hablaba del mundo real, no del deseado.

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