miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿una vida en la basura?

En casa tenemos una buhardilla, una pequeña habitación en el último piso a la que hemos dado utilidad en los últimos doce años: ha funcionado como despensa y almacén de nuestros viejos recuerdos. Algo así como las que aparecen en las películas, aunque más pequeña: llena de polvo, con muebles (mucho menos antiguos que los de las películas) y toneladas de recuerdos. En mi caso, éstos son de hace unos doce años, toda mi vida académica estaba guardada en viejas mochilas. Mis viejos libros de texto, mis indescifrables apuntes, guardados ahí “por si un día los necesito” o, más bien, para revivir esos recuerdos más adelante, cuando peine canas (si las peino) y cualquier recuerdo de mis años mozos me haga estremecer.
Ya no será posible. La buhardilla carecía de cualquier tipo de orden y mi madre, en un típico ataque de madre, decidió este verano que había que amueblarla. Y ahora tiene baldas y armarios, tarima en el suelo, y piensa poner mi vieja cama de Barbastro (¿ya no dormiré más en ella?). Y claro, todos esos viejos libros y apuntes ya no tienen sitio ahí arriba; tampoco en mi habitación. Así que han acabado donde era más fácil que acabarán: en el contenedor de papel.
En doce años, no les había echado ningún vistazo desde que los guardé en sus respectivas bolsas. Ahí tenía los problemas de matemáticas que tantos problemas me dieron o las frases de latín que nunca supe analizar. Ví que mi letra con trece años era más clara e inteligible que con 20 o la actual. También leí algún que otro comentario que me puso algún amigo entre los apuntes, alguna coña del momento de la que, increíble, todavía me acuerdo.
Y me he preguntado, ¿de verdad me iba a interesar por ellos dentro de 10, 20 o 30 años? Es verdad que me he quedado un rato mirando todos aquellos libros y apuntes, pero no me he sentido especialmente nostálgico (no más de lo que ya soy por naturaleza) ni he pensado más en el pasado por ello. De hecho, es casi como si hubiera soltado lastre, quedándome sólo con lo que de verdad me importa del pasado: algunas fotografías y viejas cartas, de papel ya amarillento. Tengo mis recuerdos, camisetas donde mis amigos me escribieron mensajes de despedida y alguna otra cosa que, eso sí, veo a menudo y me recuerda lo que he vivido hasta ahora. No me he deshecho de mi pasado o de mis recuerdos, sino más bien de una carga que soportaba inútilmente. Ahora, simplemente, voy más ligero de equipaje que antes. Los mismos recuerdos pero menos peso.

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