miércoles, 18 de junio de 2008

Un día de lluvia


Frente a la mayoría, yo prefiero los días de lluvia a los soleados. No somos pocos los que pensamos así, aunque es verdad que sumamos una vergonzosa minoría frente a los que disfrutan más con los rayos de sol.
No sé muy bien de donde viene esta preferencia. Soy perfectamente consciente de la belleza de un buen día de sol, que te invita a salir de casa y pasear, tomar algo en una terraza y tumbarte en un parque mientras cierras los ojos. Te pones moreno, que es algo muy apreciado hoy en día. En general, tendemos a estar más contentos cuando el sol ilumina los días.
Aún así, yo prefiero un día lluvioso. Para mí la lluvia significa vida. Sentir que el agua te va empapando, te da en la cara y te refresca es una sensación mucho más bonita que el sol achicharrándote. Siento como si me estuvieran regando, como si hubiera alguien que cada día se acuerda de mí y me trata con amor y cariño.
Muchos no ven la belleza de un día de lluvia. Quizá porque va más allá de la belleza obvia del sol, ofrece cosas que hay que decidir disfrutar, saber aprovecharlas cuando te son ofrecidas. Un día de lluvia es como la Academia: “limpia, fija y da esplendor”. Todos los lugares son más bonitos después de que haya llovido. Más limpios, más brillantes, con otra cara. El resultado son días más frescos y agradables, con los parques rebosantes de vida y vitalidad.
Da gusto salir a la calle si llueve. Y no es excusa que no te guste mojarte: coge un paraguas y un abrigo y ya está, problema resuelto. Como la gente no sabe apreciar esos días, se queda en casa o busca inmediatamente un bar en el que refugiarse. Así que las calles están libres de la fauna que todos los días las convierten en lugares intransitables, y disfrutas tú solo de ellas, a tus anchas, sin gente que te empuje o moleste. Es una de las pocas veces en las que disfruto de un paseo de verdad.
El día que llueve es como volver a lo mejor de la infancia. A mí me entran ganas de jugar, de saltar sobre los charcos y mojar a los demás, de correr y dar patadas al agua, mientras las gotas me dan de lleno en la cara. Me gusta empaparme y volver a casa chapoteando, agotado después de haber estado corriendo hasta que el corazón parecía que iba a salirse del pecho.
En un día de lluvia, yo me siento más vivo.

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