miércoles, 2 de julio de 2008

El (cinematográfico) emblema del valor



Para mí, Una historia del Bronx es probablemente una de las mejores películas americanas de los 90. Sencilla, noble, presenta el dilema de un chico de 17 años, incapaz de decidir si seguir los pasos de su padre (Robert de Niro) o el del mafioso del barrio (Chazz Palmintieri), el hombre que gobierna su pequeño mundo con mano de hierro, al que admira desde pequeño y que se ha convertido en su tutor en la vida.
Más allá de actuaciones, diálogos o aspectos técnicos (todos ellos sujetos a los gustos de cada uno), lo que más me llama la atención es el debate que se plantea en la película sobre el tema el valor y los héroes. ¿Quién merece mayor reconocimiento, el atribulado padre de familia, humilde conductor de autobús, o el temido gángster, carismático líder del barrio, que se enfrenta día sí día también, pistola en mano, a sus enemigos?
El valor es para mí una cualidad admirable, pero pocas cualidades resultan tan escurridizas como ésta. ¿Qué es el valor? He oído dos definiciones que no acaban de convencerme, aunque coincido con alguna de sus ideas: “Los héroes son sólo personas normales que hacen cosas extraordinarias en épocas extraordinarias”; “Un héroe no es más valiente que los demás. Es tan sólo más valiente durante cinco minutos más”. Las dos incluyen la palabra héroe, figura entre cuyas cualidades suele destacar el valor. Sin embargo, la primera limita al héroe a ciertas periodos, muchas veces limitados. Ignora por completo los miedos cotidianos a los que se hacen frente, carentes de cualquier aspecto extraordinario; mientras, la segunda me parece que se inclina más por la irreflexión: ser valiente cinco minutos más implica que después de ese tiempo ya no lo es, queda igualado a los demás por completo. Personalmente, me da la sensación de que, según esta afirmación, el valor es, en el fondo, la ausencia de reflexión sobre la situación, pues los demás lo pensamos antes que él y entonces nos echamos atrás, mientras que el héroe, el valeroso, sólo se da cuenta a posteriori de sus actos. Si eso es así, eso no es valor, porque éste significa superar tus temores y hacer aquello a lo que temes enfrentarte. Implica, por tanto, reflexión, y una vez que has tomado esa decisión, la mantienes hayan pasado cinco minutos o cinco siglos. Para mí, el valor es enfrentarse a nuestros miedos, ser capaz de mantener las sangre fría cuando lo normal es perder los nervios, actuar con cabeza en vez de irreflexivamente.
Sabiendo lo que significa, al menos para mí, el valor, ¿dónde lo vemos realmente? En nuestra sociedad, el valor lo asociamos normalmente con la violencia. Vemos como un valiente a aquel que se juega su integridad física, al que entra en una pelea o al que realiza un deporte de riesgo. El sumum de esta idea lo encontramos en aquellos que se juegan la vida (policías, soldados o mafiosos, como el personaje de Chazz Palmintieri). Son ellos los que se atreven a ponerse en situaciones que, a la mayoría, haría mearse en los pantalones.
Sin embargo, el personaje de Robert de Niro llama la atención de su hijo sobre otra forma de valor: el que se enfrenta a las dificultades del día a día y no les vuelve la cara ni toma un camino más sencillo y atractivo, pero inmoral y sucio. Él es el padre de familia que se levanta de madrugada todas las mañanas para realizar un humilde trabajo a cambio de un pequeño sueldo, que apenas le permite mantener a su familia, pero honrado, del que puede sentirse plenamente orgulloso y por el que su conciencia nunca le jugará malas pasadas.
Se plantea entonces un interrogante, ¿cúal es el camino que toma el cobarde? Muchos podrían decir que el segundo, el hombre honrado del trabajo humilde, ya que ahí no se juega la vida todos los días y puede seguir con su monótona pero segura vida hasta dentro de muchos años. El mafioso, que cada día tiene que hacer frente a un cañón de pistola distinto, resulta más osado.
Desde la otra óptica, en cambio, el mafioso aparece como un cobarde, incapaz de hacer frente a lo que es la vida real, a trabajar duramente cada jornada de trabajo para poder llevar un plato caliente a la mesa. Prefiera una existencia más opulenta y en el fondo sencilla, pues sólo debe preocuparse de matar a los demás. No conocerá las dificultades de una crisis, no temerá por un posible despido. De hecho, han sido todas estas consideraciones, todos estos miedos que no ha sabido vencer, los que le han llevado a esa otra vida más fácil.
Al fin y al cabo, ¿qué se juega el mafioso? Tan sólo su propia vida, el hecho de que le maten o no. Y para una mente mínimamente bien arreglada, la muerte no debe inspirar el menor miedo (simplemente dejas de existir, ¿qué hay de terrorífico en ello?). Con suerte, además, consigue mantenerla contando todo lo que sabe y traicionando a sus antiguos compañeros.
Mientras, el padre de familia se juega la vida de los que ama, de aquellos por los que ha elegido una vida de trabajo duro y limitaciones, pero honrado.
Para mí, este es el gran tema de la película. Y el gran acierto es presentar al mafioso no como una bestia, sino como un ser humano con la misma profundidad que cualquier otra persona.

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