domingo, 10 de febrero de 2008

Adiós


Te miro mientras estás durmiendo, atento al suave sonido que haces mientras respiras, al leve aleteo de tu nariz, a los gestos que haces mientras sueñas. Es muy tarde ya, dentro de poco amanecerá, pero yo no tengo ganas de que acabe este momento, quiero mantenerme siempre así, observándote en silencio, sin ningún otro pensamiento, sin preocupaciones, ni más aspiraciones. Habrá quién diga que eso no es vivir, pero para mí lo significas todo, y este instante de intimidad que me ha dado la vida no lo puedo desaprovechar, uno de los pocos momentos en que te puedo contemplar sin más distracciones.
Ahora ha sonado el despertador, pero yo no lo apago, espero a que lo hagas tú. Permaneces quieta, como si no oyeras el timbre, hasta que tus párpados empiezan a moverse. Estás todavía durmiendo, intentando descifrar cual es ese sonido que se ha colado en tu sueño. Por fin, ya, abres los ojos, mueves la cabeza a tu izquierda y ves la pantallita iluminada. Con tu mano derecha apagas el despertador, lo tumbas, para no tener que ver que hora es, y suspiras. Un largo y profundo suspiro, con el que tratas de deshacerte de todas tus preocupaciones y tener el espíritu libre para afrontar una nueva jornada. Recuerdo el día en que te ví hacerlo por primera vez, un día triste, a pesar del sol radiante que lucía en el cielo azul. Yo acababa de morir, atropellado cuando volvía de comprar el pan y el periódico del sábado, aquel en el que salía tu artículo sobre los nuevos diseñadores de moda, que tanto te había costado, pero del que tan orgullosa estabas. Era la mañana del día después, domingo, cuando te despertaste y, por primera vez, no me viste a tu lado, quejándome, como era normal en mí cada mañana. ¿Te acuerdas? Yo siempre tenía sueño cuando había que despertarse, hubiera dormido 20 horas o tan solo una. A ti te hacía gracia aquello, aunque alguna que otra vez te cabreaste conmigo, como aquel día, cuando teníamos que ir a comer a casa de tus padres, el día del cumpleaños de tu sobrinita, y se nos hizo tarde, y yo no me quería levantar, quería estar más en la cama, jugueteando contigo. Al principio te reíste, pero enseguida pusiste mala cara y acabaste gritando, cabreada, hasta las narices de estar con un “maldito sibarita”.
Pero, desde entonces, ya nunca más has vuelto a oír a nadie quejarse, y lo echas de menos, y por eso tienes que suspirar profundamente, para tener la fuerza de levantarte cada mañana, ver las caras sonrientes de la gente, caras que a ti sólo te traen recuerdos de otros días, cuando nosotros también sonreíamos, porque éramos felices con las pequeñas cosas, como que la camarera del bar de la esquina nos invita a una caña porque sí, porque le ha gustado la camiseta que llevas hoy. Y es que, desde aquel día, no has vuelto a sonreír, no al menos como lo hacías antes, con esa sonrisa fácil y contagiosa, de donde irradiaba una tranquilidad y felicidad completa, y que me hacía la persona más feliz del mundo a la vez, ver que estabas así conmigo era más de lo que nunca había pedido en mi vida.
Y todo esto, ver como estás viviendo desde el día en que me fui me está matando otra vez, siento como propio tu dolor, ya sabes como soy. Cuando estaba contigo, tu felicidad era la mía, tu dolor el mío, y no podía solucionarlo. Y lo pasé mal cuando fallecí, porque no pude despedirme de ti, pero lo estoy pasando peor ahora, porque sé que sufres y no puedo apoyarte como hacía antes, cuando hablábamos por teléfono primero, o luego en el parque o en el bar, o donde fuera, te cogía fuerte y te decía lo primero que me venía a la cabeza, lo que fuera con tal de que dejaras de estar triste.
Espero que algún día dejes de suspirar, de necesitar expulsar los malos pensamientos para enfrentarte al mundo que hay fuera. Porque sé que tienes la fuerza para hacerlo, solo que te da miedo, no sé el que, quizá porque tienes que seguir viviendo. Hasta entonces, seguiré a tu lado, aunque tú no lo sepas, a la espera de que decidas volver a vivir como antes, a disfrutar de cada instante, y dejes de recordarme con pena, sino con una sonrisa en la boca.

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