miércoles, 20 de febrero de 2008

Carta de amor perdida de un autor desconocido a una mujer inexistente


«Ayer subí a lo alto de la montaña. Ojalá hubieras podido estar ahí, pues recuerdo que a ti siempre te gustaron los grandes espacios abiertos. En la cumbre, si alzas los brazos, alcanzas a tocar el azul del cielo con las yemas de los dedos; a través del arco iris, te atreves a cruzar de una montaña a otra; y puedes mirar directamente al sol, sin deslumbrarte, para desentrañar los misterios de tantos años pasados.
Recordé la historia que me contaste un día sobre los acantilados de un pequeño pueblo. Según decías, las gentes del lugar aseguraban que allí se encontró una pareja, dispuestos ambos a lanzarse para poner fin a sus tristes días. Al encontrar una compañía inesperada, demoraron su decisión. Animados por las fugaces miradas que se lanzaban, empezaron tímidamente a conversar. Y así siguieron, todo el día y toda la noche, hasta que, poco después de amanecer, perdidamente enamorados el uno del otro, decidieron lanzarse juntos, de la mano, para poder acabar sus vidas en ese instante de gozosa felicidad que por fin habían conocido.
Habrá gente que dirá que es muy romántico; para otros, no será más que un cuento chino que se inventaron los charlatanes del pueblo. No sé quién tendrá razón, aunque, probablemente, dependiendo de mi estado de mi ánimo, se la daría a los dos. Sólo te puedo decir que entiendo a los protagonistas de la historia. Yo también preferiría irme en ese instante en el que sabes que eres feliz, feliz como nunca pensabas que ibas a ser y, presientes, no podrás volver a serlo nunca más. Así, no tienes que pasar el resto de tu vida recordando ese momento, tratando de revivirlo y logrando sólo copias en blanco y negro de lo que había sido una imagen rica en colores y matices.
Antes, en mi habitación, la misma desde la que te escribo, había pósters y fotos. Eran las típicas imágenes que hacen que te detengas. Lugares mágicos que hablan directamente al alma, donde pocas personas han llegado, que conservan la magia del principio, cuando aún no existía el tiempo. Pero ahora las paredes están lisas, cubiertas sólo por la blanca pintura. En ella, sin embargo, puedo ver más que en mi vieja decoración. Y en cada centímetro que me rodea puedo ver fragmentos de tu sonrisa, oir las palabras que me dirigías cuando no te escuchaba y sentir una parte del futuro que nos había imaginado.
No sé que más contarte.»

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