martes, 12 de febrero de 2008

Una apuesta perdida


Parecen lejanos esos días, como si fueran solo un sueño o hubieran pertenecido a otra persona. Días azules que prometían el mundo entero y otra forma de ver la vida. Abrir los ojos significaba una nueva alegría, cada segundo una esperanza, y en todos sitios veía lo que estaba buscando. Colgado de un sentimiento, parecía capaz de cualquier meta. Una inspiración diferente a todo lo que hasta entonces conocía me había cambiado por completo, y los retos que antes me habían asustado eran, de repente, inconsistentes pruebas de mi capacidad.
Seguía siendo yo, pero un yo que, con la misma concepción del mundo, trataba de sacarle partido y no se sentía amenazado por lo que ofrecía. La vida había dejado de ser un reto para convertirse en el momento que tenía, en aquello que debía aprovechar. Supe, de manera instantánea, que había llegado mi hora, y comprendí lo que hasta entonces creía que no era más palabrería insensata. Estaba ante mí, y dí un paso al frente, consciente de todo lo que suponía; pero sabía que si no lo daba, perdía la oportunidad que se presentaba y que lo lamentaría toda mi vida. Sin ningún tipo de protección, sin hacer caso a nada más que a mis sentimientos, me sumergí en las delicias que me ofrecían los días. Inconsciente de mí, puse mi vida en el tablero sin dudarlo un segundo, un todo o nada en el que me jugaba incluso aquello que no entraba en la apuesta.
Sentir que había ganado fue llegar hasta más allá de donde nunca pensé que llegaría. Si existe el Paraíso, es un estado de ánimo como el que yo tenía en esos días. Apenas nos vimos, separados por una distancia insalvable, pero yo podía descifrar la expresión de su cara y los pensamientos que tenía. Nunca me he sentido tan cercano a una persona, a pesar de que sólo teníamos el telefóno conocía todos y cada uno de sus sentimientos. No necesitábamos hablar para decir «te quiero», con sólo apretar el botón nos lo decíamos todo, y los silencios estaban llenos de las cosas que queríamos decirnos pero para las cuales aún no se habían hecho palabras.
No sé cuando fue, pero, de repente, algo se torció. La rueda que hasta entonces giraba por mí, comenzó, poco a poco, a desplazarse en otro sentido. Primero fue solo algo que no pensamos o que no dijimos, luego un silencio menos lleno que antes, y así, poco a poco, de la misma manera imprevisible con la que comenzó, todo empezó a morir. Si las palabras lo cambian todo, fueron las que no dijimos las que empezaron a cambiar las cosas, las que mataron aquello que yo creía indestructible, dejándolo morir una noche fría, bajo un puente cualquiera, como si fuera algo por lo que no mereciera la pena preocuparse. Y mi apuesta, que había parecido ganadora, pasó a ser derrotada con la misma facilidad con la que los silencios se quedaron sin palabras.
Intenté engañarme y pensar que todo seguía igual, pero llegó un día en el que ya no pude escapar de la realidad, y tuve que hacer la pregunta que más temía. Por primera vez en mi vida reuní el valor necesario para hacer algo que tememos. Y al oir lo que temía supe perfectamente lo que me iba a ocurrir. Sus palabras, su «todo ha cambiado», mató ese nuevo yo, dando paso a otro nuevo, lleno de miserias y dudas, que no intenta más que morir y dejar que otro ocupe su lugar. Y desde ese lunes 8 de mayo el sol se ocultó, y todavía no ha aparecido. Los días azules desaparecieron, el mundo volvió a cambiar, un nuevo lugar, peor que nunca, más terrible y lóbrego de lo que nunca fue, incapaz de ofrecer los regalos que el día anterior le hacía.
El calor dio paso al frío, el frío a la indiferencia, y ésta al vacío. La confianza desapareció, y lo que pensaba que era amor se descubrió como una vaga neblina indefinida, donde no hay nada a lo que agarrarse.
Todo parece tan lejano. No es posible que sea la misma persona la que vivió aquellos días y sonreía de aquella manera, a ésta que se arrastra demandando una caricia, una mirada, una palabra... El dolor no solo sustituyó al amor, sino que lo desterró, y ahora los sentimientos de aquellos días parecen un lejano recuerdo de otra vida, como si lo hubiera visto en una película hace muchos años: borrosos, irreales.

No hay comentarios: