miércoles, 27 de febrero de 2008

Continuación


Súbitamente, me desperté. La luz entraba tímidamente por la ventana a través de las blancas cortinas. ¿Dónde estaba? No conseguía ver con mis ojos, el sueño todavía me vencía. Gruñí y me moví en la cama. Algo fallaba ahí, pero no conseguía descifrarlo. Me pasé la mano por los ojos, intentando que así las ideas empezaran a llegar a la cabeza, pero el silencio irreal que me rodeaba impedía que recobrara los sentidos y la consciencia
¡Ah!, por fin me acordé. Faltaba ella, ¿dónde estaba? Miré el despertador, eran las 10:21 de la mañana y no había ni rastro. Tampoco estaba su ropa por la habitación. En el suelo estaban mis vaqueros, mi camiseta y mis calzoncillos mezcladas con la mochila, libros y ropa de otros días, pero todo era mío. No quedaba ni el más mínimo signo de su paso por la habitación; ni tan siquiera el olor que desprendía y en el que con tanto gusto me había sumergido la noche anterior.
Se había marchado en silencio, como si se tratara de una fugitiva que utiliza la oscuridad para desaparecer sin dejar rastro. No dejó una nota, no me había dado su móvil, no sabía donde vivía ni por donde salía. Nos habíamos visto en un bar, nos conocimos y nos gustamos, pasamos la noche entera juntos, nos acostamos, pero se había ido, desapareciendo con la misma facilidad con la que había entrado en mi vida.
Me había gustado, mucho. Y estaba convencido de que a ella también le había gustado yo. ¿Por qué, entonces, se había marchado sin dejar rastro, ninguna señal de su presencia en mi vida? No me había parecido la típica que busca un rollo de una noche y ahí se acaba todo, no. Nos habíamos contado muchas cosas, habíamos recordado nuestras infancias, comparado las cicatrices que cada uno tenía y confiado los miedos que cada noche nos impedían dormir.
Con la mirada clavada en el techo, dibuje su cara en la blanca pintura., sorprendiéndome lo bien que me acordaba de todos sus rasgos. Pensé en su sonrisa, y me deprimí. Si alguien capaz de sonreír así es capaz de desaparecer sin decir adiós, olvidar rápidamente la noche que habíamos compartido y las palabras que nos habíamos dicho, y más aún las que no nos dijimos, es que el mundo es un lugar que no vale la pena. Con nadie me había sentido antes tan a gusto, fruto de esa confianza que nace de forma instantánea en cuanto encuentras a la persona adecuada. Y una vez que creía haberla encontrado, ésta demostraba que no era así, que era tan superficial como tantas otras antes que ella, capaz de borrar de un plumazo el recuerdo de una noche. ¿Cómo poder distinguir, entonces, lo importante de lo prescindible? ¿Cómo saber diferenciar lo auténtico de lo aparente? Quizá me hubiera hecho ilusiones muy rápidamente, pero no había podido evitarlo, habría tenido que ser una persona que no soy.
El silencio de la casa se rompió de repente. Un ruido amortiguado venía del pasillo, como si se hubieran acolchado las paredes para evitar que la casa se hiciera eco de los sonidos. Con la mirada perdida, pensando en ella y donde estaría en aquel momento, vi que la puerta se abría con timidez.
-¡Pero si ya te has depertado dormilón! –me dijo quieta desde la puerta, mientras yo me la quedaba mirando.
-Creía que te habías ido –acerté a decirle, fijándome en sus piernas desnudas, mientras todos mis sentimientos cambiaban con la rapidez que sólo les asiste a los enamorados.
-¿Y por qué me iba a ir? Si esto sólo acaba de empezar –me sonrió mientras se metía en la cama conmigo y nos abrazábamos para besarnos.

1 comentario:

Martín Garrido Ramis dijo...

Me ha gustado lo que has escrito sobre la lluvia.
Te recomiendo el blog (martin-garrido.blogspot.com)
va de tu rollo.